Dietas de los famosos

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



“Ventajas del estilo de vida paleolítico”, leí. Al revisar la nota, imaginé a unos neandertales, garrote en mano unos, lanza en ristre otros, enfrentando a un peludo mamut, ¿por la carne quizás, que luego asarían en una cueva? Robb Wolf escribe: “La dieta Paleolitica es la manera más saludable de comer, porque es el único enfoque nutricional que funciona con tu genética para ayudarte a mantenerte delgado, fuerte y lleno de energía!” ¡¡¡Plop!!!, como Condorito. Entonces, la medicina basada en evidencia, bioquímica, biología molecular y nutrición ya no sirven. “El único enfoque nutricional que funciona”. Vaya si hemos perdido el tiempo. Los paleolíticos sí sabían ¿Eso, solo eso y nada más que eso comían por igual el homo habilis, erectus, y el neanderthaliensis durante miles de años? Como en cierto concurso televisivo: una llamada al profesor Armando López. De cuando en cuando, alguna celebridad o alguien que aspira a serlo y quiere dinero, lanza alguna “dieta revolucionaria” que será la cura de todos los males de la humanidad. Sus libros seudocientíficos mueven las cajas registradoras, inundando muchas bibliotecas caseras. La verdad, el negocio es maravilloso: después del libro vienen clínicas de adelgazamiento basadas en él, restaurantes y dietas a domicilio, etc. Adicionalmente, el método es fantástico si fracasa: “Usted debió hacer algo mal, porque esta dieta es infalible. Vamos a revisar su caso”. Tendrá que regresar varias veces, “bajándose del bus”, naturalmente. Siempre hay alguna “dieta mágica a prueba de todo”, cuyo nombre rimbombante garantiza su eficacia: del genotipo, grupo sanguíneo, ayurvédica, macrobiótica, disociada, Atkins o Scarsdale (suenan mejor en inglés que en español, lógico). Otras, con números mágicos: Factor 5, los 22 días: altas matemáticas en acción, apoyadas en nombres estelares: Beyoncé, Madonna o Tom Hanks. Las otras, suenan a segura piedra angular: las dietas de la alcachofa, la piña, la luna, alcalina, disociada, etc. Cada una anula a las demás: es la única y efectiva, probada por algún famoso (que, además de alimentación personalizada y vigilada por profesionales, hasta la lipo se ha hecho, amén del respectivo Photoshop) cuya longilínea, figura en el respectivo comercial, garantiza la efectividad. Pamplinas. En primer lugar, cada ser humano es único, y funciona con variaciones, sutiles o grandes, con respecto de los demás: influyen, desde luego, gustos personales, educación, factores genéticos, familiares, socioculturales, etc. Incluso, disponibilidad de ciertos alimentos y de dinero. Hay que diferenciar dieta de educación alimentaria. Es frecuente que nos pregunten: ¿Cuándo termine la dieta puedo comer “normal”? La respuesta siempre: “¡Querrá decir anormal, porque al comer normal no hay que recurrir a ninguna dieta!” Comer normal es comer sano: suficiente para suplir las necesidades diarias, sin excesos; completa, al incluir todos los nutrientes necesarios; adecuada a tus requerimientos nutricionales; balanceada, en cuantos a las proporciones. “¿Debo entonces renunciar a mis costumbres?” No. Lo que sí debemos es ajustar nuestra alimentación dentro de las sanas costumbres nutricionales, incluyendo aquello que comemos tradicionalmente. Menos cantidades, harinas, grasas y carnes rojas; más verduras y frutas, etc. Y, finalmente: dieta es algo transitorio que rápidamente puede bajar de peso a una persona a costa de una desnutrición asimétrica y peligrosa. El organismo no se deja engañar por las dietas de los famosos y reacciona a semejante agresión. ¿Por qué le hacemos caso a los famosos y no a los científicos? Por la manera de llegar al público: gracias a los formidables aparatos publicitarios estamos expuestos permanentemente a cantantes, actores, modelos, deportistas, etc., que inundan revistas, televisión y tarimas; cuando alguno de ellos decide impulsar la “dieta mágica”, cuenta con publicistas, escritores fantasmas, asesores de toda índole, medios masivos y toda una parafernalia dispuesta para garantizar el éxito comercial. En cambio, los científicos escribimos en jeroglíficos egipcios, publicamos en revistas cuasi secretas con una jeringonza propia de la Guerra Fría y nos dirigimos a pequeñas sectas (constructivas, aclaro), no contamos editores comerciales, asesores de imagen, ni dedicamos ocho horas diarias al gimnasio con entrenador personal para mantenernos esbeltos. Cuando el gran público entienda más de gluocoronil transferasa que de balones, y siga más las publicaciones científicas que los Instagram y Twiters, podemos hacer algo mejor por la humanidad que las “dietas mágicas”. Pero ese día está lejano. Nuestra “educación” está orientada al “panem et circenses”, y, los grandes medios, tampoco ayudan. Lamentablemente.

 



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