La peor de las enfermedades

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Fuad Chacón Tapias

Fuad Chacón Tapias

Columna: Opinión

e-mail: fuad.chacon@hotmail.com



Movidos por la imperiosa necesidad de buscar una plaza disponible para que mi hermana inscribiera su año rural, una carga académica con aire de trabajo social que deben surtir los médicos ante el Ministerio de Salud para lograr certificarse, aprovechamos el guayabo nacional que despeja vías para dar una vuelta por varios pueblos de carretera inspeccionando hospitales y puestos de salud. La radiografía de lo que encontramos es un cuadro de miseria total, predecible hasta cierto punto, pues de entrada cualquiera puede inferir que la atención en salud fuera de las grandes urbes es una broma, pero aun así sorprendente por el absurdo grado de olvido del Estado.

 

La misma escena de impotencia rodada vereda a vereda. Una endeble casa tapizada en cal que se cae a boronas con cada brisa que trae El Niño, ubicada en una esquina olvidada cerca del parque, en el mejor de los casos, o en una loma a la entrada del ramal del pueblo donde las sillas de ruedas que no tengan motor mejor que ni intenten escalarla. Construcciones arcaicas que se tienen en pie porque ni siquiera la corrupción puede contra las leyes de la física, techos agujereados por donde se filtra sobre los convalecientes pacientes lo que los nidos de los pájaros no logran contener y ambulancias naranja óxido con recién adheridas calcomanías del lema mentiroso de la administración de turno.

Y adentro es donde sucede el milagro de la medicina. Enfermeras jefes  mal pagadas que a fuerza de sus ganas de ayudar logran curar gente haciendo milagros con los escasos recursos que la indiferencia de los políticos les dejan. Son ellas verdaderas alquimistas en los pueblos de Colombia, sin quererlo se convirtieron en la pieza más importante de nuestro sistema rural de salud, pues el director, cuyo único mérito suele ser su amistad con x o y, está demasiado ocupado gastando su sueldo pagado con nuestros impuestos.

"¿Cómo no muere más gente aquí?" es lo primero que se pregunta uno con rabia al ver los desgastados implementos médicos que con tecnología obsoleta del milenio pasado prestan sus gallardos servicios a mujeres embarazadas, niños con toces virulentas y ancianos analfabetas con palpitaciones aceleradas. La vida parece aferrarse con fuerza aquí donde la pobreza  que cabalga de camilla en camilla nos hace sentir constantemente la inquietante inminencia de la muerte. Estas son las fábricas de cadáveres que construyó la corrupción, instituciones humilladas frente a cualquier enfermería de colegio de alta alcurnia.

Sigo sin poder dimensionar la voracidad política de unos cuantos en las gobernaciones de Colombia, un hambre que hace escasear hasta las gasas y los algodones ¿Cómo duermen de noche los responsables de esto cuando sus cuentas en Islas Caimán están siendo alimentadas por los enfermos anónimos que se mueren con cada brindis de sus güisquis impunes?

A mi hermana y sus compañeros les enseñaron en la universidad a combatir cualquier virus letal que ha visto la humanidad, pero nadie los preparó para la corrupción, que es sin duda la peor de las enfermedades de nuestro país.