Don Guillermo Cano, baluarte moral

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



El 17 de diciembre es un día de luto nacional, así no lo haya decretado ningún gobierno, y no sólo por la muerte del libertador Simón Bolívar. Poco después de las 7 de la noche, Don Guillermo Cano Isaza abandonaba en su auto las instalaciones del diario El Espectador, del cual era su director. Ese miércoles 17 de diciembre de 1986, los sicarios de Pablo Escobar lo asesinaron, intentando acallar a ese vocero de la ética y la moral. Como siempre, se equivocaron esos criminales: las ideas no mueren a balazos. En el caso de Memo, se erigen más vivas que nunca.

 

La noticia me sorprendió llegando a mi hogar mientras escuchaba la radio en mi carro. Sentí indignación mayúscula por la canallada de esos criminales, por su desprecio a la sociedad, por su burla a las personas decentes de Colombia. Su  infamia y su insolencia habían sobrepasado cualquier límite.

Cavilé para buscar explicaciones: ¿Hasta dónde, como sociedad, fuimos complacientes con esos criminales que quisieron arrodillar al país a punta de violencia y dinero mal habido? ¿Hasta dónde los gobiernos voltearon la mirada, ya por cobardía, complicidad o interés? ¿Hasta dónde, la justicia temió actuar, coaccionada por plata o plomo? ¿Qué hacer?

Don Guillermo Cano, periodista de raza, heredero y padre de destacados comunicadores, se caracterizó por su rectitud y su bonhomía, al decir de sus colaboradores. Desde El Espectador oriento e impulsó la carrera de magníficos periodistas que hoy se destacan por su pensamiento crítico, claridad conceptual e indeclinable integridad.

Sin excepción, lo calificaron de amigo, maestro y mentor, humano, afable y al mismo tiempo firme, en palabras de Rufino Acosta Rodríguez, quien por más de veinte años estuvo en la Redacción Deportiva del diario, escuela dónde el aprendizaje era permanente. El "muro de la infamia" era un sitio a la vista de todos: allí se colocaban gazapos o errores graves de las publicaciones.

Siempre creyó que el talento humano era posible estimularlo y desarrollarlo, y eso hacía, siendo exigente con el trabajo y la calidad, sin perder por ello la condición dual de jefe y amigo. Transcurrió su vida entre su afición a los toros, el periodismo, su familia, el Santa Fe y la juiciosa observación de la vida nacional desde su columna "Libreta de Apuntes", de variedad temática que fue tan leída como las de Klim, Alfonso López Michelsen o Hernando Santos Castillo, las plumas más seguidas por aquellas calendas. No tuvo prosa ampulosa o rimbombante, pero sí enérgica, implacable con los trasgresores y respetada en grado sumo

Murió en paz, según dijo Rodolfo Rodríguez, quien lo auxilió inmediatamente fue acribillado; con Alfonso Convers lo trasladaron a una clínica, donde Memo cumplió la cita fatal con la parca. En paz consigo mismo, con su labor y su legado, pero con la espinita de no haber conocido esa paz para Colombia que tanto anheló. Refugiados en otros ropajes, los Escobares de hoy merodean impunes ejerciendo crímenes peores, influyendo de manera proterva sobre incautos ciudadanos de bien. Don Guillermo hubiera mostrado esta incompatibilidad moral sin temores.

Se dice que cuando reconoció en el congresista Pablo Escobar al mafioso que azotaba a Medellín y lo publicó en su columna, firmó su sentencia de muerte. El odio del mafioso antioqueño por aquellos que le contradecían o señalaban era diabólico, tanto que Don Guillermo fue acribillado sin piedad, como también candidatos presidenciales, altos funcionarios del estado, jueces, policías y todo aquel que a su torvo criterio pudiera importunarle o interponerse en sus pretensiones.

Ad portas de lograrse el fin del conflicto con las Farc, iniciados los acercamientos con el Eln y con una política de estado encaminada a terminar por vías civilizadas la horrible noche de la violencia, Don Guillermo merece el mayor de los homenajes, y es la paz del país. En su último editorial, premonitorio, escribió: "Así como hay fenómenos que compulsan el desaliento y la desesperanza, no vacilo un instante en señalar que el talante colombiano será capaz de avanzar hacia una sociedad más igualitaria, más justa, más honesta y más próspera". Importantes premios y reconocimientos recibió tanto en vida como póstumamente, pero el mejor homenaje que se le puede hacer es lograr la paz para Colombia, como siempre quiso.