Que no muera el periódico impreso

Columnas de Opinión
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Las personas que leen la prensa todos los días y en particular los domingos por la mañana, o después de ir a misa, o en su descanso por la noche, o aquellas que les toca leerlas todos los santos días así la detesten, no sé cómo van a hacer ya que como van las cosas, el periódico impreso tiende a desaparecer.

¿Qué será de los voceadores de periódicos cuando las computadoras les terminen de robar su trabajo?; ¿qué será del señor respetable y laborioso que tiene su kiosco en la esquina desde hace muchos años, y vender periódicos se ha vuelto una buena excusa para madrugar a decirle buenos días a la aurora de Dios?; ¿qué será de las historias que son más historias cuando se leen en el papel y no en el monitor de la computadora?; ¿qué será de la vida de aquel perro de raza fina que su trabajo además de llevarle las pantuflas a su poderoso dueño, también es comprarle el periódico en el supermercado?; ¿qué pasará con los empleados administrativos, periodistas y logísticos de aquella casa editorial, cuando salga una noticia extraordinaria y ya no puedan ellos mismos salir a vender el periódico impreso en los semáforos como antes lo han hecho?

Yo no sé qué hará la licenciada Isyoli, cuando no tenga el papel periódico impreso para envolver los nísperos cuando quiera que se maduren rápido y conserven su fragancia exquisita, y que misteriosamente sólo con el papel periódico impreso lo logra; no sé qué hará la muchacha del servicio doméstico, cuando no tenga con qué brillar los vidrios de las ventanas y la patrona injusta le reclame furiosa; los fabricantes de zapatos, ya no podrán reemplazar el pie con los pedazos de papel periódico impreso que le introducen a los zapatos nuevos de exhibición; las personas que venden vajillas en el mercado no podrán separarlas una a una como hasta ahora con el papel periódico impreso; no sé qué pasará con el muchacho que con un periódico bajo el brazo que nunca leerá, aparenta adulador de intelectual y más, cuando hay mujeres alrededor; ¿quién me dirá qué hará aquella persona que hizo de las calles su hogar y tiene en el periódico impreso su colchón y su cobija?

El periódico impreso no puede desaparecer, al menos no antes de hacernos saber que la paz es una realidad que se puede tocar con las manos; no se puede ir el periódico impreso hasta que no nos anuncie que se firmó el decreto celestial en el cielo para darle vía libre a la resurrección de los muertos; no debe decirnos adiós el periódico impreso, hasta no registrar la llegada pacífica a la tierra de los selenitas, a quienes los cautivó el hecho de que "preservemos tanto y tan bien el medio ambiente"; le rogamos al periódico impreso que no nos deje solos, porque si lo hace, ¿quién nos llevará a la cama la fotografía inmensa del capitán de la selección de fútbol de nuestro país levantando feliz el trofeo de la Copa Mundo, como su digno ganador?; no debe despedirse el periódico impreso, hasta no comunicarnos que el Comandante de la Armada Nacional, componente de las Fuerzas Militares, es un oficial de raza negra.

El periódico impreso hace parte de nuestra idiosincrasia, es la cara sonriente de un pueblo, lo mismo que el rostro preocupado de una nación. El periódico impreso es el amigo que nos hace llorar con verdades, el que nos hace reír de la emoción y sentirnos orgullosos de lo que somos e inconformes con lo que tenemos.

¿Por qué se tiene que acabar la tribuna del pueblo, el papel donde descargamos nuestro inconformismo y en donde alabamos poco las cosas buenas, que aunque pocas, pero existen?

El periódico impreso no puede desaparecer, no sólo por la masacre laboral que ocurriría, sino porque las mañanas de los domingos no serán iguales, cuando queramos enterarnos hasta de lo que no nos interesa, si no está un periódico impreso frente a nosotros.

Si echamos de menos al periódico impreso los primeros de enero y los viernes santos, ¿cómo vamos a soportar la nostalgia de ese ser querido que se va y no regresará jamás?; y añoraremos y extrañaremos por siempre, su frialdad y su falta de consideración para decirnos las cosas; su impasibilidad para darnos una mala noticia así no estemos preparados para ella; su cara de mármol para darnos los buenos días con lo peor de los acontecimientos; su insensibilidad para dejarnos paralizados con su confesión suicida que nunca hubiéramos querido escuchar de sus labios; su sonrisa sincera al compartir con nosotros las buenas nuevas; su dedo índice firme para señalar a quien transgredió las reglas; su verticalidad para en algunas ocasiones, decirle al pan pan, y al vino vino; su capacidad para ignorar lo que tiene que decir y no lo dice; su hipocresía para no denunciar lo que sabe y puede.

El día que al periódico impreso le dé la gana de irse, primero "debe y tiene" que informarnos que las cárceles del país están llenas de los políticos corruptos que se lo robaron, que están donde merecen, y por esa razón la costa Caribe por fin florecerá, y en la costa Pacífica todo será vergel.

Cuando todo esto ocurra, sólo entonces, el papel periódico impreso puede agarrar sus trapitos, hacer un envueltico, buscar una varita y amarrarlo, y echárselo al hombro para coger el camino que conduce a la inmortalidad.

Como decía don Alejo Echeverría, esposo de la señora Bolivia, sanfernandero y gran tahúr: ¡Que vainas tan jodidas tiene la vida!

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