Ante la amenaza del radicalismo interno

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



Las elecciones venezolanas, como las francesas, marcan el inicio de una carrera en la cual el espíritu republicano y democrático se somete a la presión explosiva del radicalismo interno.

 

La tendencia a "infantilizar" a los ciudadanos, que apela a los argumentos más elementales para dar la impresión de que soluciona con facilidad todos los problemas, estaría de entrada en Francia, con el avance del Frente Nacional, y de salida en Venezuela, con la derrota del partido de gobierno. De manera que, a pesar de las enormes diferencias entre los dos países, la próxima competencia política por el ejecutivo estará marcada por el ataque, en el caso francés, y por la defensiva en el venezolano, como modalidades de acción política que, a pesar de ir en direcciones opuestas, introducen el elemento peligroso de la radicalización de la confrontación política.

Francia se mantiene vigorosa frente a las dificultades que atraviesa, porque siempre ha sido crítica respecto de sus propios procesos y solamente se compara con los mejores estándares; inclusive con los que considera deseables, así no existan en ninguna parte. Así, en los días posteriores a la tragedia de la que fue víctima ha dado muestras de la fuerza de la convivencia entre comunidades que aparentemente tendrían mucho que reprocharse.

Una demostración del compromiso republicano y de la fortaleza de la sociedad mixta que se fue armando con la descolonización. Venezuela, por su parte, sigue dando vueltas en busca de la recuperación del proceso democrático que alcanzó a florecer luego de la caída de la dictadura de mediados del siglo pasado y de los pactos de entonces entre los grandes partidos, borrados luego del mapa por su propia ineptitud.

Pero una cosa es, como en el caso francés, resistir los embates del terrorismo con el simple hecho de no dejarse aterrorizar, comportándose en la vida cotidiana con toda normalidad y decencia, y otra es responder a la hora del ejercicio del poder ciudadano de votar, como lo han hecho para las elecciones regionales el mismo día de las elecciones venezolanas. Y en el caso venezolano una cosa es aguantar pacientemente la palabrería de unos gobernantes desorientados y primitivos, sin imaginación ni conocimiento, que no fueron capaces de sostener siquiera las ilusiones estrambóticas de Chávez, ni de impulsar un estado de bienestar en un país de enorme riqueza natural, y otra tener el valor de ir a votar en contra del partido de gobierno y de sus amenazas.

La tendencia del voto francés a favor del Frente Nacional, y la llegada de ese partido al poder en algunas regiones, es la respuesta ciudadana al radicalismo externo que representa el "Estado Islámico" y a la falta de soluciones a problemas propios de un país de alto nivel de exigencia en materia de bienestar. Como si ahora se viniera a advertir que no fueron suficientes las políticas de Mitterrand, Chirac, Sarkozy y Hollande para lograr el sosiego que en una sociedad desarrollada significan el crecimiento sostenido y el empleo.

La tendencia del voto venezolano a favor de la oposición, y la conquista de la Asamblea Nacional, es la respuesta ciudadana a la falta de soluciones tanto a problemas históricos como a conflictos que el propio modelo chavista se había propuesto solucionar con la varita mágica del modelo cubano de organización económica y política, que obviamente no se pueden abrir paso como si Venezuela fuera otra isla rodeada del mar de un modelo que funciona con una lógica diferente. Radicalismo gubernamental que se proclama resistente frente al radicalismo exterior del modelo capitalista.

A la ofensiva, desde la derecha extrema en el caso francés, y a la defensiva, desde la izquierda anacrónica en el venezolano, el radicalismo interno asoma sus tentáculos en procesos políticos paralelos que ponen a prueba a las sociedades de ambos países y sirven precisamente de objeto de atención sobre la presencia, los argumentos y las posibilidades de afectar el curso de sociedades de índole distinta.

El gran interrogante es el de la forma de contrarrestar el embate del discurso radical, sea cual fuere su origen y su tendencia, en una época de mutaciones profundas que afectan la vida cotidiana de todo tipo de sociedad. Ahora cuando los ciudadanos tienden a sentirse cada vez menos representados. Cuando los argumentos de filosofía política, al menos en occidente, no interesan más que a unos entendidos que comprenden sus diferencias sutiles.

Cuando las campañas políticas se manejan como las de productos comerciales, se centran en minucias y plantean propuestas difíciles de comprender, en la búsqueda de solución a problemas económicos en una era en la cual el destino del ciudadano queda relegado frente a la dinámica de los intereses de los grandes conglomerados. Cuando es preciso inventarse un nuevo modelo de representación y al mismo tiempo de acción ciudadana, gracias al protagonismo que se puede ejercer en la vida pública con el solo hecho de tener un teléfono "inteligente" en la mano.