El derecho penal de la venganza

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



El reputado profesor alemán de derecho penal internacional Kai Ambos en su columna "El nuevo enemigo de la humanidad", publicada por El Espectador el sábado 21 de noviembre pasado, deja ver de nuevo, esta vez desde el análisis académico, el problema de enfoque tan grave que enfrenta la humanidad en estos momentos, y que es lo que no permite que haya una salida distinta al tendencioso unilateralismo en torno al Estado Islámico; algo tan peligroso, que en realidad puede hacer estallar una guerra generalizada.

 

Su propuesta, que es la de vincular de lleno a la Corte Penal Internacional -CPI-, parte de la discusión acerca de la competencia material o territorial de ese alto tribunal respecto de los atentados de París, que él califica inexorablemente -haciéndose eco de Obama- como crímenes de lesa humanidad, para poder llegar así a una suerte de conclusión: la Corte, de la mano del Consejo de Seguridad de la ONU, decididamente debe acompañar la re-contraofensiva militar de Occidente.

Algunos dirán que su idea es válida, pues consistiría en darle a la operación político-bélica un pretendido aire de institucionalidad internacional que, mejor entendido, más bien podría tratarse del baño de legitimidad que las intervenciones por la fuerza siempre requieren. Digo esto porque entre las irrealizables propuestas del profesor Ambos se encuentra una verdadera perla, puesta allí no sabe uno si por ingenuidad o absoluta malicia: para que la persecución penal de los responsables transnacionales de los atentados en Europa sea efectiva, se requiere que toda ella gire en torno de la Corte Penal Internacional, para lo que, a su vez, es necesario que Estados no partes del Estatuto de Roma (que dio origen a la CPI) hagan parte de una colaboración. ¿Y cuáles son tales Estados? Estados Unidos, Rusia y China. Tres de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Esto implicaría que tales potencias renunciaran de facto a sus actuaciones unilaterales, tan redituables geo-políticamente, solo para dar contentillo a la comunidad internacional.

En realidad, la CPI no tiene tanta legitimidad por sí misma como para forzar a las potencias a rendirse a su encanto. Y esto lo sabe Ambos mucho mejor que yo. ¿Para qué proponer una quimera, entonces? Ambos, aun desde la academia más prestigiosa y todo, no deja de representar aquello que los europeos menos educados también piensan: que nadie los puede tocar a ellos. Por eso, al proponer una entelequia, sectores dentro la intelectualidad del derecho internacional en Europa están marcando un camino que no tiene retorno (¿conscientemente, inconscientemente?): el camino de la guerra irremediable ante el fracaso de las salidas institucionales. Nada distinto al derecho a la auto-defensa de Bush en 2003, que tanto criticaron en su momento, justamente en Francia. Es la utilización de la teoría jurídica con fines políticos: cosa de toda la vida en el derecho interno. Pero en la época de la globalización, esto es, del mayor aleccionamiento masivo que se ha visto sobre la tierra, jugar a los fanáticos frente a otros fanáticos, no puede terminar bien.

Por: Tulio Ramos Mancilla
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