Una luz tenue desde Naipyidó

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



El torrente de información, conjeturas y pronósticos, desatado por el ataque infame del llamado Estado Islámico contra Francia, no ha permitido que brille como merece el triunfo de Aung San Suu Kyi en las elecciones de Myanmar.

 

Hace 25 años Amay Suu, Mamá Suu, como la llaman a estas alturas de la vida sus seguidores, había ganado ya unas elecciones. Solo que los resultados fueron inmediatamente tirados a la basura por una cúpula militar que desató a partir de ese momento uno de los procesos más expresivos de la antidemocracia.

Ante el temor de que una mujer, hija del fundador de la República, emprendiera un proceso de transformación que les resultaba inconveniente, no solo pisotearon desde entonces la voluntad popular, sino que se atribuyeron la potestad de interpretar la historia y moldear el país a su acomodo.

Al mismo tiempo, como es natural, se inició un largo proceso de resistencia que tuvo que sobrepasar todo tipo de obstáculos para llegar al resultado de hace una semana. Dichos obstáculos incluyeron el confinamiento en solitario de Amay Suu en su propia casa, además de la prohibición de difundir su pensamiento, la persecución de sus seguidores, que fueron encarcelados y torturados, y el colmo de todo, que fue la adopción de una norma constitucional, hecha a la medida, que prohíbe que alguien que haya estado casado con un extranjero, como ella precisamente, que estuvo casada con un profesor británico, ejerza la presidencia de la República.

La resistencia pasiva de Aung San Suu Kyi le mereció ya el Premio Nobel de la Paz. Lo recibió desde la distancia, en su casa-prisión, con melancolía y a la vez con la esperanza de que algún día llegaran los premios más anhelados: el del ejercicio libre de la política, la participación en unos comicios abiertos, el reconocimiento de los resultados y la oportunidad de orientar los destinos del país.

La contundencia de una participación del ochenta por ciento de los ciudadanos, y el arrollador caudal de votos a favor de la Liga Nacional por la Democracia, sirvieron para evitar cualquier duda sobre el repudio a la dictadura militar y el apoyo al proyecto renovador de Amay Suu. No obstante, en comparación con lo sucedido hace veinticinco años, cuando fue borrado de un plumazo el resultado electoral, es preciso reconocerle algún mérito a Thein Sein, el presidente saliente, militar retirado, participe de todas las atropellos anteriores, que en 2011 ganó como "civil" unas elecciones en las que no participó la Liga. El anuncio de que respeta los resultados electorales y está dispuesto a entregar el poder es una ganancia que permite que una pequeña luz comience a alumbrar desde un paraje donde hasta ahora las esperanzas de desarrollo democrático estaban desterradas.

La luz que comienza a brillar desde Naipyidó, la nueva capital de la antigua Birmania, es todavía pequeña porque no es tan claro que, a pesar de los resultados electorales, Aung San Suu Kyi haya obtenido el poder. Los militares retienen una cuarta parte de las curules en el Parlamento y además el poder de veto respecto de cualquier reforma constitucional que no les plazca. La prohibición de ejercicio de la Presidencia no deja de ser, hacia el futuro, una dificultad mayor, en la medida que el jefe de la Liga Nacional por la Democracia tendrá que gobernar, explícitamente, por medio de otra persona; algo que jamás ha terminado bien. Y encima de todo la nueva mayoría, sin experiencia administrativa, tendrá que valerse de elementos burocráticos que representan los antiguos parámetros de ejercicio del poder, con toda su carga cultural y sus manías antidemocráticas.

Tal vez lo que comienza ahora sea más bien el comienzo de otro proceso azaroso, lleno de amenazas difíciles de erradicar. Es ahora cuando se pone a prueba no ya la capacidad de Suu para resistir los embates del poder sino para ejercerlo con acierto y ecuanimidad. No se trata ya de actuar en política contra la presión de sus enemigos sino de acertar ante las exigencias acumuladas de sus propios seguidores, que van a exigir cambios súbitos o por lo menos acelerados. En medio de todo, la triunfadora de los comicios ha dado una buena señal en cuanto, desde el primer minuto de la victoria, pidió a los miembros de su partido obrar con mesura y sin triunfalismo. Tal vez ese sea el tono requerido para un ejercicio sostenido del poder que pondrá a prueba todas sus virtudes.