Sí hubo festival

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



El viernes 28 de enero asistí al evento del Hay Festival que se programó en Santa Marta, en la Quinta de San Pedro Alejandrino, al que concurrieron como invitados los escritores Juan Esteban Costaín, colombiano, y Martín Caparrós, argentino, quienes, con la moderación de Guido Tamayo -también hombre de las letras nacionales-, discurrieron largo y tendido, aunque tal vez no lo mejor posible, acerca de diversos tópicos de la realidad relacionados con la literatura: acaso casi todo lo imaginable, lo divino y lo humano, lo habido y por haber.

Claro, siempre con las limitantes de tiempo, de espacio, y, siento decirlo, de público -indiferente, abúlico, como prematuramente hastiado-, que se tuvieron. (De otro lado, ¿qué pasaría con el otro participante anunciado, el escritor Sergio Ramírez, ex vicepresidente de Nicaragua, y del que nadie explicó su ausencia?).

Me llamó la atención principalmente la notable afluencia de ciudadanos al conversatorio, lo que es poco común en esta capital cuando se trata de espectáculos distintos a los acostumbrados. Ahora bien, me pregunto cuántas de las personas asistentes realmente sabían de qué se trataba el asunto: qué se hablaba, hacía, bailaba, comía o tomaba en el famoso Hay Festival que por primera vez visitaba a Santa Marta; a juzgar por la cantidad de espectadores sobrevivientes al final de la jornada de poco más de dos horas, creo que uno que otro podía haber estado enterado.

El resto, y cómo no, ha de haber sufrido una gran decepción. Pues, ¿a quién se le ocurre llamar diversión el ir a ver (aunque haya sido gratis) a un par de tipos echando cháchara que cháchara, o a otro hablando solo, tanto, que parecía estar dando una clase de historia?, y, ¿qué es lo que tiene de festivo este festival?, ¿de dónde la fama?..., y finalmente: ¿qué hago yo aquí? Puedo apostar a que estos pensamientos eran recurrentes en muchos de los presentes.

Aunque yo sí estaba entretenido, no los culpo. Y no lo hago porque en un país que no lee (literatura, sobre todo), como el nuestro, pueden pasar cosas curiosas: el manifiesto desdén que suelen producir los escritores y su obra -en ciertos casos, merecido- puede metamorfosearse, increíblemente, en una suerte de reverencia mística ante aquellos individuos enamorados de la palabra, siempre que el envoltorio con que nos los presenten esté untado de glamur, sofisticación, como el Hay Festival, que en seis años de estar en Colombia ya se ha granjeado nombre de acontecimiento multitudinario, mediático, de moda, caro, chic.

Pero hay un detalle: como casi nadie lee los libros escritos por esos famosos que filosofan la existencia sentados en los canapés del festival, tienden a aflorar las sorpresas un tanto de mal gusto (para el gusto de, por ejemplo, algunos de los que estaban en la Quinta el otro día), al descubrir, en muchos de los escribidores exhibidos, verdaderos censores del establecimiento -el que ha ido a verlos como quien va a ver a Madonna-acostumbrados, los más, a hacerle la lucha al cambio de sus países a través de las ideas, sin que por ello los maten de hambre… o de plomo.

En últimas, yo no digo que escenarios como el Hay Festival no puedan lograr justamente eso: acercar las ideas de los que escriben libros a los simples mortales, lo que sería fantástico; pero mientras esto cuaja aquí, resulta divertido ver las caras descompuestas de los estafados, de los que se equivocan de lugar. Ese fue mi festival.