Cuando de bufones se trata

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



En el esplendor de la antigua Grecia existían bojigangas que alternaban en los escenarios públicos con las obras serias de los grandes autores de la época.

Después, alcanzan su apogeo en Roma mientras las costumbres se degradan y aumenta el desenfreno por la ostentación; ya eran buscados por sus deformidades físicas y morales al punto que se generó un comercio de esos tarados para destinarlos a la bufonería.

El cristianismo, en alza después, acoge a esos personajes y alcanzan su mayor auge en la Edad Media, decayendo con el ocaso de la monarquía.

Un bufón tenía por oficio hacer reír a los poderosos haciéndoles conocer lo que el pueblo pensaba de ellos a través de chistes y gracejos que solo ellos tenían autorizado hacer, en medio de los cuales intercalaban bufidos: de ahí su nombre. Con el tiempo adquieren importancia y poder; algunos, ya refinadas sus costumbres, llegan a obtener títulos nobiliarios e hidalguía.

 Triboulet, bufón de Francisco I de Francia, inspira a Víctor Hugo en "El rey se divierte", y Verdi compone "Rigoletto" a partir de esta obra. En España son menos apreciados, pues muchos se dedican al espionaje, al pillaje y acciones degradantes, llegando incluso al crimen. De ahí el dicho: "tras de bufón, ladrón". Aún así, sirven para obras de arte.

Mari Bárbola, bufona de la corte de Felipe IV aparece en primer plano en el representativo cuadro de Velásquez, "Las Meninas", hoy en privilegiada sala del Museo del Prado.

Parecería que los bufones españoles migraron a las Américas después de la Revolución Francesa y la independencia americana, pues nada dista de los actuales personajes públicos de este continente a aquellos divertidos y después temidos personajes. Encarnados en figura de mandatarios, son más graciosos que los antiguos.

Basta observarlos: un emperadorcillo tropical retando al más poderoso ejército del mundo y amenazando con detenerle al país que más le compra el suministro del producto del cual vive. Su contraparte, disfrazado de capataz parroquial, desde la orilla contraria se enfrasca en una guerra verbal soez con ese Eróstrato de la democracia, en la cual las buenas costumbres a las que se deben los mandatarios son sustituidas por otras propias de rufianes de arrabal, como en una opereta de sórdido contenido.

Los colegios representativos del pueblo en Europa degeneraron acá en camarillas de bufones donde, al revés de las primeras, son éstos la inmensa mayoría y la gente seria, muy poca. Hoy, objeto de burlas de los caricaturistas políticos, los tenemos pero cuestan demasiado, y hasta chistosos serían de no ser por los peligros y costos elevados que le representan a la sociedad.

En el caso de Colombia, nos remitimos a los pomposos y muchas veces inútiles gastos, mientras el país se deshace en medio del más espantoso invierno de que se tenga noticia: por ejemplo, $12.000 millones de pesos para remodelar el Salón Elíptico del Capitolio explicados cantinflescamente: de todos modos, prosigue el contrato.

El saliente Contralor de la nación despierta hilaridad cuando intenta, sin éxito, convencernos de la necesidad de un extraño y faraónico vehículo hecho a gusto dudoso. Los más incompetentes ministros del saliente gobierno son exaltados por su jefe por logros imaginarios o que han causado grandes tragedias sociales.

La comedia de la Gobernación del Magdalena cada día agrega hilarantes capítulos, sin que la justicia haya podido dejar en firme un fallo definitivo que ponga punto final a tan vergonzoso episodio de la vida pública. El Distrito tiene su propio culebrón tragicómico: la gestión financiera de la Alcaldía está entre las tres mejores del país, y es la más brillante de la región; mientras tanto, el diario vivir agobia al ciudadano: inseguridad rampante, la malla vial destruida, terrible movilidad vehicular, el espacio público ocupado, serios problemas con el agua potable y las aguas residuales, en fin…

Es burlesca la solemnidad de sus originales ocurrencias. Las pompas cortesanas parecen grotescas al lado de la donosura de nuestros bufones.

En los antiguos palacios europeos se limitaban a echar chistes y burlarse de la corte que les acogía; acá no se contratan cuenta chistes: son ellos mismos quienes asumen al mismo tiempo los papeles de bufones y mandatarios en una peligrosa amalgama de graves consecuencias para sus electores y el erario que les llena los bolsillos a raudales.

El drama es que sus chistes son costosos y peligrosos.

Apostilla: Oí decir esto: "En cualquier profesión u oficio hay uno que otro deshonesto e incompetente. En la política, hay uno que otro honesto y capaz".