El día después de la paz

Columnas de Opinión
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Las peculiaridades de un país como Colombia hacen que nuestra historia haya sido desde siempre tierra fértil para el florecimiento de columnistas en diarios y demás oficios periodísticos que su convulsionada actualidad puede proveer.

El estado constante de guerra dentro del sórdido silencio de la selva y la zozobra general que nos embriagó por años ante lo que el mañana podría deparar, nos dio material suficiente para aquellos baches creativos en los que todo escritor termina metiendo una llanta de cuando en vez. Si la corrupción de los políticos nos fallaba o no había una buena razón para indignarse, siempre podíamos echar mano de un atentado, un salvavidas para cumplirle a tiempo al editor de opinión.

Pero una vez que ya no haya más casquillos qué inventariar en deprimentes crónicas de cadáveres y lágrimas, nuestro trabajo tendrá que cambiar. Una natural metamorfosis laboral que no solo experimentará el mío y el de mis colegas, sino el de millones de colombianos que por décadas han hecho del conflicto una parte desalmadamente natural de sus vidas, una patética especie de cotidianidad donde lo sorpresivo son las treguas con altos al fuego y no las granadas que dinamitan la esperanza.

No conocemos el sabor de un día de paz y por ello llegado el momento, que esperemos sea este, tendremos que acostumbrarnos a una dieta diferente donde nuevos asuntos coparán la agenda, los titulares no destilarán sangre y la literatura de secuestrados será el lejano recuerdo de otros tiempos. Entonces nos veremos obligados a repensar aspectos claves de los días comunes como la forma en que los noticieros informan al público, las motivaciones que nos llevan a votar por determinado candidato o los lugares que elegimos para nuestras vacaciones. Sacando la guerra de la ecuación, se nos abre un gran abanico de posibilidades que podrán abrumarnos en un principio. En 20 años cuando acudamos a fragmentos cinematográficos de nuestra derruida memoria que relatarles a nuestros hijos este período que nos ha tocado vivir, estaremos contándoles realmente la aventura de un país que tras diez lustros intentando matarse hasta la saciedad, despertó una buena mañana sin empleo y con la necesidad dedicarse a otro pasatiempo. Cargos como el del alto comisionado para la paz se extinguirán y en su lugar surgirán otros puestos bastante más civilizados, ya no harán falta países mediadores ni zonas de distensión, nuestro lenguaje cambiará y nosotros con él.

El día después de la paz nuestra rutina mutará para siempre y tendremos que aprender a vivir en una realidad tan extraña para todos nosotros como normal para el resto del planeta. Ese será entonces el verdadero posconflicto, el hallarnos como sociedad en un escenario distinto donde los roles y los diálogos eclipsados por los fusiles perderán su razón de ser y donde los columnistas tendremos que esforzarnos mucho más para encontrar sobre qué escribir.

Obiter Dictum: Y Nicaragua viene con todo de nuevo ante la Corte Internacional de Justicia, esperemos que esta vez hayamos aprendido la lección de que no hay rival pequeño.