Diatriba matutina

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



En cualquier parte y en cualquier tiempo, la corrupción tiene connotaciones relativas, aunque hay puntos universales: elementos comunes a todas las sociedades, épocas o conceptos filosóficos.

Las influencias éticas y morales que se ejercen sobre los individuos y los conglomerados sociales están moduladas por intereses específicos, la religión y la política a través de la educación. En cualquier caso, siempre será ilícito matar, robar o violar, al menos en las sociedades denominadas civilizadas.

Más allá de las definiciones académicas, la corrupción es de la obtención ilegítima de ventajas por encima de los derechos de los demás.

Es más visible cuando se trata de autoridades civiles, eclesiásticas o militares, dada su importancia y peso en la orientación de los colectivos sociales. Las organizaciones delictivas disfrazadas de benéficas se aprovechan de la ignorancia, la indiferencia y el miedo de la gente para lograr sus protervos objetivos.

La máscara es la "legalidad" desarrollada por ellos mismos para jugar al borde de la norma o traspasarla a través de los boquetes allí dejados a propósito. El descaro es tal, que aún a sabiendas de la visibilidad pública de sus torcidas actuaciones, continúan incólumes apelando a las amenazas y sin empacho alguno a la hora de acudir a la violencia para acallar las voces que les denuncian.

La corrupción no se limita al saqueo del erario, punto muy sensible, ni es únicamente activa, como comúnmente se cree. Es también favorecer la comisión de actos contrarios a la moralidad personal o social pública o privada, aún cuando sean legales, que es asunto distinto. Lo es cohonestar el libre accionar de perversos sujetos que atropellan los dictados legales; igualmente, la coerción al denunciante o al simple conocedor de aviesas actuaciones. De la misma pequeñez moral es la compraventa de conciencias para permitir el accionar de los malhechores. Los códigos legales, verdaderos catálogos de podredumbre, se quedan cortos ante los alcances delictivos de sus violadores.

Tan peligrosa como la corrupción es el fundamentalismo inquisidor que la combate: resultan terribles los señalamientos públicos a personas inocentes con la simple sospecha basada en argumentos circunstanciales (reales o provocados)que caen en la calumnia y la difamación acabando aún involuntariamente con la honra de personas impolutas; es más grave cuando surge como apoyo a juegos sicológicos destinados a favorecer a deshonestos, y peor aún, si los medios masivos de comunicación social y comunicadores venales se prestan a esto.

En los últimos tiempos, la corrupción instalada en Colombia ha llegado a límites intolerables al punto que el pacífico pueblo ha empezado a reaccionar, todavía de manera tranquila, viendo cómo los supuestos líderes, ídolos fabricados, son más codiciosos y descarados que nunca. No les importa pasar a la picota pública y quizás a las mazmorras con tal de disfrutar después de los beneficios derivados de su malandradas. El buen nombre no es algo que les trasnoche: qué carajos puede importarles si creen que el dinero lava cualquier mancha moral o judicial. Lo peor es que todos creemos que eso es verdad.

Ya las organizaciones delincuenciales enquistadas en el mando no se conforman con el tradicional diezmo: según las ONG dedicadas a explorar la corrupción en el mundo, en Colombia ni siquiera el 20% satisface su voracidad: se habla de coimas del 50% cuando de contratar servicios se trata. No de otro modo se puede explicar el súbito enriquecimiento de ciertos personajes asalariados preocupados solamente por el tamaño del erario y el monto de los contratos que pueden erogar.

Lo que más aterra es la percepción del deshonesto: sobrepone la legalidad a la moralidad y la ética pensando que la sociedad decente no tiene derecho a denunciar sus actos y menos aún, a juzgarlo y condenarlo poniendo las cosas en su debido sitio, empezando por los dineros saqueados.

El don de la palabra, las encuestas, la imagen pública y la prensa cómplice son sus herramientas favoritas para tramar incautos. Da risa que hasta encuentran defensores gratuitos con argumentos tan cretinos como la corrupción de otros en geografías distintas.

De nuestra azotada región, ni hablar: está sumida en la peor crisis institucional de todos los tiempos. Cada vez que hay una noticia de corrupción, algún inefable personaje de nuestra región levanta su mano para decir: Magdalena presente. ¿Hasta cuándo?

Apostilla. Seguimos con dos gobernadores. ¿Es tan torpe la justicia que no puede definir quién debe estar en propiedad, o tan hábiles los abogados que impiden un fallo justo?