Santa Marta de los imposibles

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Si le creemos a Juan Rodríguez Freyle, autor santafereño de El Carnero, obra picante de casi cuatro siglos y sin real género dentro del cual encasillarla, la fundación de Santa Marta sí ha de haber ocurrido en julio de 1525.

No hay que olvidar que hasta hace unos cuarenta años la cosa no estaba clara del todo, como bien lo informaba El Informador el 5 de septiembre de 1974, cuando la Academia de Historia del Magdalena ratificó el año y el día que hoy es oficial: el 29 de julio de 1525.

De ser así, entonces, la ciudad, a partir de hoy, solo tiene diez años antes de cumplir medio milenio de existencia reconocida en la civilización occidental, tiempo del que ningún otro poblado en Colombia podría presumir, digamos, si de simple antigüedad y no de logros sociales se tratara la posibilidad de celebrar.

Santa Marta se pasó sus primeros dos siglos y pico siendo un puerto más o menos importante, pero que no progresaba mucho porque los españoles de la Gobernación de Santa Marta se gastaron casi toda la centuria XVI luchando contra los indios locales, fundamentalmente los bondas, que eran "en extremo belicosos", como dice una parte de la historiografía.

El siglo XVII tampoco fue fácil: transcurrió entre feroces, sucesivos y casi siempre repentinos ataques de piratas ingleses, franceses y holandeses. Pero los colonizadores perseveraron, como sabemos, y la ciudad se convirtió poco a poco en tal orgullo de la Corona que hasta mucho después del 7 de agosto de 1819 (la fecha que se adoptó para la Independencia definitiva en toda Colombia) seguía con nostalgia honrándose al rey en la villa de Bastidas, porque el amor era correspondido.

Bastidas. Rodrigo Galván de las Bastidas, el adelantado sevillano, llamado "El más humanitario de los conquistadores" en su monumento de la Bahía, merece mención aparte.

Después de "refundar la patria" en las Indias, y de usar el nombre de la abogada de los imposibles para denominar a solo una de las decenas de ensenadas que rodean el valle formado entre la Sierra y el litoral, tal vez la más bonita (¿por el Morro y por el rio que quizás se parecía en ese momento al Manzanares madrileño?), se fue a España. Al poco tiempo regresó a Santa Marta para partir del todo, y en 1527 murió en Cuba.

Después de su vuelta había casi muerto en motín dirigido por su propio lugarteniente, un tal Pedro Villafuerte, por cuestiones relativas a la crueldad con los nativos: a los marinos amotinados no les parecía suficiente el grado que don Rodrigo desplegaba con ellos.

No avanzó mucho Santa Marta en el siglo XIX tampoco. Siempre hay una causa, y de buscarla, seguro la encontramos. ¿Sería tal vez a raíz del famoso terremoto de 1834, que algunos juran que se repetirá?, ¿o acaso por las veinte y tantas guerras civiles nacionales?, ¿o por el calor? Bueno, no seré yo el aguafiestas, pero tampoco el que no diga que falta mucho por hacer y que no se ve quien lo haga.

La organización como sociedad ha tomado demasiado tiempo por aquí, y por eso los buitres pueden comer carroña fresca. Faltan diez años para una nueva gran parranda, eso sí.