Un bellaco y una farsa

Editorial
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Por estos días no hay tema más aburridor que el de la paz. Si los historiadores han de ser honestos, tendrán que dar cuenta de que las Farc nos ganaron por cansancio, porque perseveraron en su decisión de imponernos el comunismo en tanto que nosotros los dejamos con la vana ilusión de vivir en paz.

Las Farc están lejos de ser el mayor factor de perturbación del orden público en el país. Sus víctimas solo llegan a constituir poco más del 2% de las muertes violentas en Colombia (según Forensis 2010 y 2011, del Instituto de Medicina Legal), donde la mayoría de casos (15% en promedio) son producto de violencia interpersonal (venganza - ajuste de cuentas, riña, intolerancia, conflicto entre barras, pandillas o bandas y violencia contra niños, niñas y adolescentes). Nada de eso se soluciona firmando con las Farc.

Más aún, hay países que no están en "guerra" interna pero donde el panorama de violencia es mayor al nuestro. Sin ir muy lejos, Venezuela tiene dos terceras partes de la población colombiana pero sus muertes violentas ya duplican las nuestras, unas 25 000 allá contra algo más de 12 000 aquí. Es el segundo país más violento del mundo. Entonces, ¿qué país está en guerra, Colombia o Venezuela?

De hecho, El Salvador es el país más violento del mundo, a pesar de haber llevado a cabo un proceso de paz. Un vecino que alcanzó la 'paz' por la misma vía, Guatemala, es el quinto más violento; y las casillas tres y cuatro son para sus vecinos de Honduras y Belice, que por lo visto no se beneficiaron de los procesos de paz en Centroamérica.

Los postconflictos siempre son más violentos que el conflicto mismo porque los combatientes rasos se convierten en piezas sueltas que solo saben disparar y las condiciones sociales que mueven a muchos a la criminalidad, siguen intactas, eso no lo cambia una firma. Así que no esperen un fin de la violencia, mucho menos teniendo en cuenta que las Farc no han cedido en nada. Es el Gobierno el que otorga todas las concesiones en una pasmosa muestra de debilidad y condescendencia.

Y como es un gobierno de estilo mafioso, que todo lo compra con dinero, no ha logrado asimilar que su paz genere tantas dudas y no poca resistencia. De ahí que se mantenga la estigmatización hacia los supuestos 'enemigos de la paz' y se articule un discurso pendenciero en el que se fustiga a todos esos ¿imbéciles?, que parecen no entender los 'beneficios' de la paz santista.

Luego, no puede nadie inmiscuirse en este cuento a pesar de que los sapos que nos quieren hacer tragar son del tamaño de dinosaurios. Sale grosero Santos a exigirle al Procurador que no se meta y a tratar a un columnista opositor, el connotado Plinio Apuleyo Mendoza, de filibustero por no hablar a favor de su paz a pesar de que tenía unos contratos con el gobierno. O sea, se admite sin vergüenza que los contratos son buenos pero solo cuando esa mermelada se aprovecha para defender una paz impune, abyecta y siniestra.

Como vemos, cree el señor Santos que él y solo él es el Estado, y que puede arrogarse para sí todos los poderes suplantando al pueblo soberano, al constituyente primario. Abusa del Artículo 22 de la Constitución, que señala a la paz como "un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento", como si pudiera certificar que de ese brebaje que se mal cuece en La Habana van a brotar ríos de leche y miel.

Si esto termina como va, ¿con qué parámetros se medirá en el futuro si lo que hizo Santos fue lo conveniente cuando, como creemos, los efectos desastrosos salten a la vista?