La hora de cumplir

Editorial
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Los políticos y los pueblos tienden a olvidarse pronto de las promesas y las exigencias de la época electoral. Las campañas agudizan tanto la imaginación de los unos como los requerimientos de los otros. Políticos y ciudadanos parecen reconocerse mutuamente aunque no estén de acuerdo. Es la época de las comparaciones y de las ofertas de hacer o de exigir. No obstante, pasada la efervescencia de las votaciones se retorna con facilidad a esa medianía que por lo general permite a los gobiernos obrar a voluntad, confiados en sus credenciales del apoyo popular.
Las recientes elecciones escocesas tuvieron el carácter sui géneris de una decisión prácticamente constitucional. Las personas, es decir los candidatos que tradicionalmente personifican las propuestas políticas, pasaron a un segundo plano para dar paso a una decisión de fondo sobre la naturaleza misma de todo el orden político. Ganar o perder significaba de una vez que prevalecería una u otra visión completa del país. También implicaba quedarse por dentro o por fuera dela oportunidad de insistir, al menos en el mediano plazo, en el punto de vista que se tuviera.
Destinados ahora todos, así no lo hubieran querido, a permanecer en la alianza del Reino Unido, no han desaparecido del aire los ecos de los argumentos que animaron la campaña por el Sí. Esto quiere decir que al menos el cuarenta y cinco por ciento de los votantes, dentro de una elección de alta participación ciudadana, no están de acuerdo con la forma que mantiene el Estado. Pero, claro está, tampoco han desaparecido los reclamos por el No, que resultó victorioso pero no fue incondicional.
Esta es entonces la hora de cumplir con los propósitos que se hicieron en medio de la agitación de la campaña, orientados desde ambos campos de manera clarísima en el sentido de conferir mayores dosis de autonomía a la región. Y ese es, de alguna manera, un triunfo del derrotado Sí. Porque el denominador común de la campaña siempre fue el de la exigencia, y también la oferta, de mayor autonomía para Escocia.
Los ciudadanos tienen muy claro que, de manera exótica pero a la vez muy enfática, los líderes de los principales partidos políticos se unieron, así hubiesen sido motivados por la sorpresa y la desesperación, para ofrecer una serie de ventajas a los escoceses en el caso de permanecer dentro de la unión. La lista de esas ofertas está intacta y en muchos casos, sobre todo en el de los indecisos, ayudó a inclinar la balanza hacia el resultado final. Motivo por el cual nadie puede evadir ahora las responsabilidades que asumió.
Gordon Brown, el ex Primer Ministro de la Gran Bretaña, escocés y decidido partidario del No, resucitó políticamente para defender la causa de la unidad y todo parece indicar que su intervención fue definitiva para que los laboristas escoceses se decidieran en ese sentido a la hora de votar. Ahora Brown promueve la vigilancia y la acción ciudadanas para exigir el cumplimiento de la promesa conjunta de David Cameron, Nick Clegg y Ed Miliband, los jefes de los grandes partidos de Westminster, en el sentido de tener listo para enero próximo el proyecto del nuevo régimen para Escocia, que supuestamente defenderán los Conservadores, los Liberales y los Laboristas por igual.
Acción y vigilancia son precisamente la clave para que, pasados los comicios, no se retorne al estado de indefensión ciudadana frente a la imaginación caprichosa de los políticos. Acción y vigilancia que se debe ejercer sin pausa, porque ese y no otro es el mejor contrapeso y factor de equilibrio de poderes dentro de un sistema democrático.