¿Estado fallido?

Editorial
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La desbocada violencia en Culiacán, capital de Sinaloa, tras la captura y posterior liberación del narcotraficante Ovidio Guzmán, hijo de Joaquín “el Chapo” Guzmán, demostró una vez más que esta región mexicana está controlada por el crimen organizado, y ya hay quien habla de “Estado fallido”.

Para entender la situación actual del noroccidental estado Sinaloa, hay que remontarse al siglo pasado, cuando la región se convirtió en una zona de plantación de amapola para producir morfina destinada a los soldados estadounidenses que combatían en la Segunda Guerra Mundial. El opio necesita muchas horas de sombra, por eso las montañas del Triángulo de Dorado, formado por varias regiones de los estados de Sinaloa, Chihuahua y Durango, tienen buenas condiciones para su plantación.

Desde la década de 1960, Sinaloa, que cuenta con 656 kilómetros del litoral en el Golfo de California y el Océano Pacífico, fue ganando peso en la producción de amapola y de marihuana a pesar de los operativos del Ejército mexicano para desarticular plantaciones. Este occidental estado mexicano ya era en la década de 1980 la cuna de algunos de los narcotraficantes mexicanos más destacados, como el famoso el Chapo, condenado a cadena perpetua en Estados Unidos, Ismael Zambada o Miguel Ángel Félix Gallardo.

El Cártel de Sinaloa nació en 1989 fruto de la persecución gubernamental del ya extinto cártel de Guadalajara, y se convirtió en una de las mayores organizaciones de tráfico de drogas a Estados Unidos, actualmente rival del cártel Jalisco Nueva Generación.

A diferencia de otros cárteles más violentos, como los Zetas o la Familia Michoacana, el Cártel de Sinaloa generó un escenario más estable y pacífico mientras se convertía en una gran empresa transnacional. Su crecimiento hasta el día de hoy ha sido posible gracias a sus conexiones internacionales, sobre todo con cárteles colombianos, y a la corrupción y connivencia de las autoridades locales de Sinaloa y de la frontera estadounidense.

El narcotráfico ha generado una economía empresarial y no ha buscado ostentar el poder político, pero sí ha establecido vasos comunicantes con instituciones policiales y Gobiernos que han participado en los negocios del cártel de Sinaloa. El enorme control que tiene el Cártel de Sinaloa quedó patente cuando grupos de sicarios provocaron tiroteos e incendios a lo largo de Culiacán al saberse que militares habían capturado a uno de los hijos del Chapo.

En medio del caos, miembros del cártel liberaron a 49 presos de un penal local que huyeron secuestrando vehículos. La ola de violencia fue tal que el Gobierno mexicano liberó a Ovidio Guzmán para evitar poner en peligro las vidas de las personas de la ciudad.

La pregunta que se hacen los mexicanos y el mundo, después de lo sucedido con el hijo de ‘el Chapo’ es quién manda en Culiacán más aún después la gran capacidad logística de los criminales en la respuesta a la captura.

Una parte de este problema es la cultura; se consumen narcocorridos, género musical que ensalza el narcotráfico, los jóvenes ven en los narcos un futuro económico prometedor, las chicas quieren ser novias de narcos, el Cártel de Sinaloa apadrina fiestas en municipios pequeños y así se sigue la cadena; por ello,  hay que subrayar sobre la necesidad de limpiar los cuerpos policiales de Sinaloa y llevar a cabo programas sociales y educativos que alejen a los ciudadanos de las actividades criminales y así rechazar que Sinaloa sea un Estado fallido, puesto que siguen existiendo instituciones democráticas y de justicia, y la economía sinaloense sigue funcionando más allá del narcotráfico.