500 años

Editorial
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La Ciudad de Panamá, el primer asentamiento español en el Pacífico americano, cumplió  500 años convertida en la gran urbe de Centroamérica y presumiendo de uno de los “skylines” más imponentes de la región, aunque con enormes retos urbanísticos y sociales aún pendientes.

Una de las cosas que más impacta a los viajeros que pisan por primera vez la capital panameña son las decenas de lujosos rascacielos de cristal, que le han valido el apelativo de la “Miami latinoamericana”.

El área metropolitana, donde viven 1,5 millones de personas, casi el 40 % de la población del país, alberga además un transitado aeropuerto y la entrada del Pacífico del Canal de Panamá, inaugurado en 1914 y por el que pasa el 6 % del comercio mundial. También tiene varios puertos, dos líneas de metro, es el único país de Centroamérica con suburbano, y un poderoso centro financiero compuesto por alrededor de centenar de bancos extranjeros y nacionales.

Numerosas multinacionales y organismos internacionales han puestos sus ojos en los últimos años en Panamá, lo que ha hecho que aumente considerablemente la cantidad de profesionales extranjeros con alta cualificación y, con ellos, el costo de la vida. La capital panameña se cuela siempre en los listados de las ciudades más caras de la región y es la ciudad más cosmopolita, más pujante y la que más renta per cápita tiene de toda América Central.

Panamá es el gran centro comercial de la región desde hace cinco siglos. Siempre ha sido una ciudad que conecta mundos, un puerto de enorme diversidad y riqueza; a pesar que la ciudad fue destruida en 1671 por el famoso pirata inglés Henry Morgan y las autoridades del momento decidieron trasladar a la población a un lugar 10 kilómetros más al suroeste.

A día de hoy conviven en la capital tres ciudades distintas: la colombina, la colonial y la moderna.  Las ruinas de aquella ciudad abandonada y destruida, que hoy se conocen como Conjunto Monumental de Panamá Viejo, son uno de los puntos turísticos más atractivos del país, así como el restaurado casco colonial, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Pese a la aparente pomposidad, la capital panameña es igual de “caótica” que la mayoría de las ciudades latinoamericanas y tiene problemas muy similares: transporte público ineficiente, exceso de autos, falta de espacios públicos, contaminación del aire o mala disposición de la basura, entre otros. La ciudad, que es considerablemente segura comparada con sus pares centroamericanas, esconde además granes bolsas de pobreza y refleja la acuciante desigualdad del país, uno de los principales motores económicos de la región y que en el último lustro ha crecido a una media anual del 5 %.

En el siglo XIX tumbaron las murallas que separaban el arrabal del intramuros y crearon una república de iguales. Ahora se debe pensar en esas murallas invisibles que todavía persisten y que hacen que no cueste mezclarse y compartir espacios públicos con otras clases sociales.