Tras la reconquista de la gran ciudad

Editorial
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Quiéralo o no, cualquier gobierno nacional expone su credibilidad en las elecciones locales. Cuando ha transcurrido ya tiempo suficiente para el desencanto de algunos sectores, las elecciones de alcaldes ponen a prueba la fortaleza política de los presidentes.
Así en apariencia se trate de cosas diferentes, los ciudadanos tienden a votar en favor o en contra del partido gobernante, según perciban las condiciones de la vida cotidiana. Como ciudades y aldeas son el escenario de esa vida diaria, y de sus facilidades o problemas, allí es donde terminan por manifestar su estado de ánimo.

A lo anterior hay que agregar que, así se trate de las ciudades capitales, o de las más significativas por su volumen poblacional, su fortaleza cultural o su tradición política, existe una especie de “instinto opositor” que, en muchos casos, lleva a que el partido en el gobierno pierda las elecciones locales.

Ekrem Imamoglu, en representación del Partido Popular Republicano, opositor del gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo, AK, del Presidente Recep Tayyip Erdogan, volvió a ganar, en el término de pocos meses, la Alcaldía de la ciudad de Estambul. La primera vez lo hizo por trece mil votos de ventaja sobre su contendor, Binali Yildrim, destinado por su jefe a conseguir la alcaldía para que el AK continuara su racha de dominio político de la ciudad por veinticinco años.

El presidente, que ha introducido cambios importantes en la estructura del Estado, para establecer un modelo con su propio sello, presidencial, que se aleja del modelo original del Fundador de la República, Mustafá Kemal, Ataturk, había dicho con toda claridad que quien gane Estambul gana Turquía. En su misma lógica, ya se puede entender todo lo que, inclusive para él, significa perder allí.

El nuevo alcalde ha dicho que se inicia una nueva era, lo cual es obvio. Pero ha agregado que el resultado significa el avance hacia un equilibrio democrático, en lo cual tiene razón, pues el hecho de interrumpir la marcha triunfal de Erdogan hacia el dominio más amplio posible del espectro político del país.

El solo hecho de haber roto la secuencia de victorias, y el mito de la invencibilidad del Presidente, pone las cosas en un nuevo tono. Y, como ese mito era hasta ahora parte del patrimonio político de Erdogan, sus cuentas tienen que cambiar. Lo que no va a cambiar, es su temperamento, pues ya sabemos que algo esencial de los políticos es que raramente sufren metamorfosis.

Pero, el resultado electoral de Estambul no es el único problema del Presidente. Allá, en el fondo de las clases más y mejor educadas, en los sectores medios de la sociedad, e inclusive en muchas aldeas, sobrevive el espíritu “kemalista” que ha impulsado por casi un siglo la vida de la República, desde el momento mismo de su fundación. Energía política que ha despertado no solamente con el resultado electoral de la ciudad más grande y significativa del país, y para el mundo tal vez la más importante de la historia, sino también con el triunfo de la oposición en Ankara, la capital, y en la simbólica ciudad de Izmir, la antigua Esmirna griega, que suman muchos puntos en el juego hacia el futuro.

Los opositores que salieron del país y han hecho su oficio desde otras partes. Y, claro está, los malquerientes de la aventura de desmontar el esquema de Ataturk, cuya imagen tradicionalmente ha lucido en banderas callejeras, corredores, y pasillos de edificios públicos, bazares, hoteles y pequeños negocios de comida, talleres de reparación de automotores y bicicletas, quioscos y ventas de barrio, y que ya estaba comenzando en algunos lugares a ser reemplazada por la fotografía del nuevo interesado en convertirse en jefe supremo de la nación. A todos ellos hay que sumar a quienes, por ejemplo desde Europa y los Estados Unidos, han desconfiado de la militancia turca en la Otan, maximizada por la danza turco - rusa de Erdogan con Putin.

Así como con la “concesión democrática” de ahora mejora sus credenciales, ya encontrará nuevos elementos para reforzar ese discurso que tanto ha gustado en esta época de populismo conservadurista, cuyo abanderado mayor, el de los Estados Unidos, le acaba de dar la bendición al eximirlo de las sanciones que a otro le habría “impuesto”, como si fuera el dueño del mundo, por haber comprado armas rusas. Si eso es así en el campo internacional, donde Erdogan se mueve sin sumisión ni complejo alguno, cómo irá a ser de puertas para adentro.