No hay fuerza más poderosa

Editorial
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Albert Einstein dijo que el sabio más grande del Siglo XX fue Mahatma Gandhi. Lo dijo abismado ante la perspectiva de la consolidación del equilibrio del terror, entre las potencias nucleares, como sustento de la paz.

También abrumado por la capacidad destructiva de los prejuicios y por las proclamas en favor de la obtención, o la defensa del poder, por medio de los fusiles. Y con la conciencia de que resulta más fácil desintegrar un átomo que romper presunciones dogmáticas que sostienen a los dictadores en el poder, convencidos, u obligados a pensar que ellos son los intérpretes únicos, aunque equivocados, del destino de su pueblo.

Ya sabemos que a Gandhi se le ocurrió enfrentar el poder de las armas, la magnificencia, y el poderoso discurso de dominación del Imperio Británico, con la fuerza demoledora de la acción política no violenta de un pueblo desarmado de fusiles, pero cargado del poder de su deseo de libertad. Semejante invento de manejo de la confrontación entre el poder de un gobierno que pretende imponer disciplina por la vía de las armas y un pueblo que se opone a esa dominación mediante la resistencia pacífica, sigue encontrando oportunidades de aplicación dondequiera que se trate de someter a un pueblo por la vía de la fuerza armada.

Las dos confrontaciones, esto es la de las acciones y la del discurso, van formando un tejido tan complejo como resulta siempre la combinación desordenada de prédica y acción. Pero, poco a poco, el panorama se va despejando y va quedando claro que el discurso y la práctica de la no violencia, con sus fundamentos sencillos y elementales, terminan por acrecentar su cauda y ganar oportunidades de prevalecer. 

El ejercicio combinado de la violencia estatal, con el uso de las armas y el discurso que lo justifica, pierde fuerza cada que pone en evidencia sus contradicciones. Por ejemplo con el ataque a personas inermes, acompañado de la proclamación simultánea de una afiliación artificial y contraevidente a la causa de la paz. Lo mismo que con la negación reiterada de situaciones y hechos ostensibles a los ojos de todos, y la construcción de explicaciones falaces a la luz de la realidad.

Capítulo aparte merece la insensibilidad manifiesta ante el dolor creciente de los propios hermanos y la búsqueda de justificaciones en la supuesta acción de unos poderes extranjeros, mientras que a otros poderes extranjeros se les privilegia con la entrega descarada de la soberanía nacional. Porque pocas cosas hay más perversas que el uso agresivo de un discurso extranjero, y la copia de instituciones y prácticas de “control social”, fruto de una sumisión aceptada sin vergüenza alguna y contra la voluntad mayoritaria de cualquier país.

A pesar de que, en los momentos iniciales de una confrontación, el ejercicio de la fuerza física tienda a prevalecer, es en el discurso del gobierno que pretenda justificarla en donde se encuentran las fisuras que pueden llevar a su derrota. La política de la no violencia encuentra precisamente allí el campo abonado para germinar. En la calidad y la coherencia de sus convicciones es donde encuentran los luchadores políticos la fuerza para defender su causa y conseguir sus objetivos. Esto significa que los argumentos de la no violencia, sobre la base de la defensa de la libertad y la igualdad como fundamentos de la democracia, tienen la posibilidad de imponerse, siempre y cuando cada quién llegue a la conclusión de que en sus manos tiene un poder con el cual puede contrarrestar la agresión del uso abusivo del poder emanado del control de las armas.

El ejercicio de la acción política no violenta requiere en la práctica, eso sí, de un coraje mucho más grande que el necesario para lanzar gases o disparar perdigones o fusiles, desde una posición de ventaja, en contra de grupos de jóvenes o mujeres inermes. La no violencia como herramienta política nada tiene que ver con la inacción, ni con la pasividad o el derrotismo. Requiere decisión ante riesgos evidentes. También precisa de una visión de futuro y de una medida no convencional del tiempo, que no espera resultados súbitos sino el éxito de procesos bien pensados.

A la hora de grandes definiciones, y planteadas las cosas en el terreno de la lucha contra la represión armada, no hay fuerza más poderosa que la emanada de la acción política no violenta, ejercida de manera auténtica en defensa de la dignidad humana, en busca de la libertad, la igualdad y el respeto por los derechos de los demás.