Un año de crisis, sin acuerdos y empobrecida

Editorial
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Nicaragua cumple un año de su peor crisis sociopolítica en décadas sin encontrar una salida pacífica a través del diálogo que, hasta ahora, más que acuerdos sustantivos, ha develado una marcada diferencia sobre conceptos de justicia y democracia.

Un año después que estallarán las revueltas callejeras por una impopular reforma a la seguridad social, Nicaragua ha tratado de superar la crisis primero a través de un diálogo mediado por los obispos, que fracasó, y ahora mediante una negociación que tiene como testigos al Vaticano y la Secretaría General de la Organización de Estados Americanos. OEA, que tampoco ha dejado consensos en temas clave.

El Gobierno y una alianza opositora han dejado en evidencia sus diferencias, tan extremas que han imposibilitado alcanzar un acuerdo que ponga fin a la crisis que ha dejado cientos de muertos y de detenidos, miles en el exilio y una economía en caída libre.

Hay un problema político muy grande porque el país está dividido; hay una comunidad sandinista pero hay otra Nicaragua que quiere más libertad, mejor democracia y que se ha expresado y que está ahí en la calle. Por tanto, ambas partes tienen que reconocerse, dialogar y encontrar un modo de convivencia, de lo contrario los daños económicos para el país van a ser muy serios.

Los sandinistas encabezados por el veterano guerrillero Daniel Ortega, que retornó al poder en 2007 y que controlan los cuatro poderes del Estado, las instituciones armadas, más de tres cuartas partes de los municipios y los principales sindicatos, no están dispuestos a cambiar el statu quo de las cosas y anhelan a retornar al 18 de abril de 2018, antes de que estallara la crisis. Pero para la oposición extraparlamentaria, la chispa que prendió esas revueltas callejeras hace un año marcó el comienzo de un camino sin retorno.

La tesis opositora es que para superar la crisis es indispensable la creación de una Comisión de la Verdad creíble y fundar las bases de una justicia transicional, así como adelantar las elecciones.

Un aspecto que se ha evidenciado en la historia política de Nicaragua es la concurrencia de tres expresiones diferentes y contradictorias: la concertación, la confrontación y la confabulación. Si se destruye el péndulo que oscila entre la confrontación y la confabulación, aumentan las posibilidades de construir una cultura política de la concertación y la democracia, y que eso debería ser el desafío fundamental en la situación actual que vive Nicaragua.

La concertación parte de la necesidad de alcanzar un acuerdo en el que estén representados los intereses de los distintos sectores, de forma tal que se construya un consenso en el que todos conservan u obtienen parte de sus aspiraciones y ceden otras de sus expectativas; sin embargo, hasta ahora ha privado más la confrontación y la confabulación en un momento en que la crisis de Nicaragua ha pasado a un segundo plano en el Hemisferio Occidental tras la situación de Venezuela.

Sin señales claras sobre el futuro de su aliado venezolano, Nicolás Maduro, Ortega se ha resistido en el diálogo a aceptar garantes internacionales, discutir el punto del anticipo de las elecciones y el tema de verdad, justicia, reparación y no repetición. Apuesta, mientras tanto, a que la oposición se desinfle, a que nada cambie en el país, aunque los nicaragüenses sigan sufriendo los embates del desplome de la economía.

También, según los analistas, busca burlar la posible aplicación de la Carta Democrática en la OEA, sanciones de Estados Unidos con la Ley Magnitsky Nica, y la amenaza de la Unión Europea de otras sanciones. No existe voluntad sincera del Gobierno para superar la crisis, ya que el objetivo de Ortega es mantenerse en el poder por sus “pistolas” hasta el 2021.

Ortega probablemente sigue una estrategia equivocada y efectivamente lo que pretende es ganar tiempo para mantenerse en el poder, lo cual puede crear dificultades. En efecto, la oposición ha anunciado una nueva fase de resistencia pacífica enfocada en redoblar la presión internacional y fortalecer la movilización ciudadana.

Es decir, la confrontación y la confabulación se mantienen tanto en las calles como en las conversaciones, en tanto no hay señales de querer alcanzar una concertación y fortalecer así la democracia en Nicaragua.