Vendaval Bolsonaro

Editorial
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Desde su toma de posesión el uno de enero pasado el presidente brasileño Jair Bolsonaro y buena parte de su gabinete se embarcaron en una intensa dinámica discursiva intentando marcar el territorio de lo que teóricamente será su estilo de gestión en los próximos cuatro años. Por eso, en estos primeros días de vértigo reemergieron todos los tópicos de la campaña electoral, muy del agrado de sus fieles electores.

Las grandes preguntas que subyacen en buena parte de los análisis recientes son: ¿cuán retórico es su discurso? ¿Cuánta resistencia social encontrarán sus planes de gobierno? ¿Cómo afrontará las fuertes contradicciones presentes entre los grupos heterogéneos que lo apoyan? y ¿podrá domesticar a un Parlamento fragmentado y acostumbrado a imponer peajes que no son de su agrado?

En definitiva, se trata de saber si cumplirá sus promesas electorales o deberá rebajarlas en función de los condicionantes que le imponga la realidad. El problema es que aún es pronto para responderlas y habrá que ver día a día cómo se acompasan los hechos de sus políticas con las palabras de sus discursos.

En el nuevo mundo, que personajes como Steve Bannon quieren construir a imagen y semejanza del “América primero” de Donald Trump, se asegura que la derecha alternativa suele cumplir sus promesas. Sin embargo, como ya he señalado en algunas ocasiones ni Bolsonaro es Trump, ni Brasil es Estados Unidos.

Por un lado, Bolsonaro llegó al poder en clara minoría parlamentaria, lo que no le ocurrió a Trump en sus dos primeros años. Por el otro, buena parte de lo que Trump ha hecho hasta ahora descansa en el gran poder de Estados Unidos, lo que no ocurre en Brasil.

Mientras la coyuntura económica facilitó el inicio del experimento trumpista, recién ahora la economía brasileña sale de la recesión. Si la reforma tributaria propiciada por el magnate inmobiliario dinamizó las inversiones, la reforma del sistema de pensiones brasileño resulta vital para el relanzamiento económico.

El ministro de Economía Paulo Guedes dijo que si ésta prospera, Brasil tendrá 10 años por delante de crecimiento, pero si fracasa habrá malas perspectivas económicas. Es más, el éxito de la gestión de Bolsonaro, y con él la posibilidad de que personajes como Guedes o el canciller Araújo pasen a la historia, dependerá en buena medida de que se recupere el crecimiento, pero para ello habrá que vencer muchas resistencias políticas, sindicales y sociales.

También en la necesidad de facilitar la portación de armas y reforzar a las fuerzas de seguridad para enfrentar la delincuencia y en combatir a la llamada ideología de género. Según un editorial de Folha de São Paulo, este fue su último discurso de campaña y habrá que ver si a partir de ahora se pone el uniforme de gobernar y deja a un lado la parafernalia del aspirante -candidato.

Unas declaraciones de la ministra de Mujer, Familia y Derechos Humanos, Damares Alves, también pastora de la evangélica Iglesia Cristiana Cuadrangular, tuvieron una amplia difusión al caer en los estereotipos más esperables de un nuevo gabinete, caracterizado por la inexperiencia política o de gestión de la mayor parte de sus miembros. En un video rápidamente viralizado Alves proclamó: “Comienza una nueva era (en Brasil). Los niños visten de azul, las niñas de rosa”.

El raudo y altisonante desembarco de Bolsonaro en el poder remite a la necesidad de satisfacer a sus bases más radicalizadas. Sus mensajes fueron para su consumo exclusivo, excluyendo al resto del país, en línea con lo que suelen hacer Orban en Hungría o Salvini en Italia, por no hablar de Trump, sus principales referentes internacionales.

Su apuesta es mantener el respaldo de la opinión pública y forzar el apoyo de los partidos políticos tradicionales y de los parlamentarios del centro más remisos a hacerlo. Sin ello su futuro político está en suspenso. De ello y de su capacidad de gobernar y articular alianzas dependerá el éxito de su ambicioso proyecto político.