El agro argentino, el gran beneficiado

Editorial
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El sector agropecuario de Argentina, su principal complejo exportador, es el gran beneficiado de la caída que ha sufrido el peso en los últimos meses, aunque la difícil situación económica del país ha llevado a nuevos impuestos que podrían frenar el crecimiento de esta actividad.

En lo que va de año, el dólar estadounidense ha aumentado su valor un 113,2 % con respecto a la moneda argentina, una tendencia que suma una gran competitividad a las ventas al exterior, lo que supondrá una importante ayuda para el campo del país suramericano, que en los últimos meses se ha visto muy perjudicado por la sequía y ve en esta nueva coyuntura la oportunidad de un rebote.

Una moneda local devaluada frente al dólar se refleja en mayores exportaciones y más valor en pesos, que permitirán que los productores mejoren sus márgenes y aumenten las inversiones.

El país austral es uno de los mayores productores mundiales de granos del mundo, y en 2017, los productos primarios, encabezados por la soja, el maíz y el trigo, y las manufacturas de origen agropecuario, harina, aceite, carne o vino, fueron el 63,9 % del total de sus exportaciones.

Si el tiempo acompaña, como apuntan las previsiones, el campo argentino registrará unas cifras muy positivas en los próximos 6-8 meses, y resta importancia a los nuevos impuestos que afrontará el sector.

El desplome del peso es consecuencia de una fuga de activos que ha puesto a las finanzas públicas contra las cuerdas, y tras pedir un adelanto del préstamo ya acordado con el Fondo Monetario Internacional, el Gobierno decidió, entre otras medidas, fijar unos derechos de exportación de 4 pesos por dólar para productos primarios y de 3 pesos por dólar para elaborados.

Es un impuesto malo, malísimo, que va en contra de lo que se quiere fomentar; pero hay que pedir que se debe entender que es una emergencia y se necesita del aporte de todos; es una medida que contradice una de las grandes promesas electorales, con la que Macri ganó el apoyo de buena parte de las regiones agrícolas.

Los Gobiernos de Néstor Kirchner, 2003-2007 y Cristina Fernández, 2007-2015, se caracterizaron por una alta presión fiscal al campo, y la llegada a la Casa Rosada de Macri, con un programa de reducción progresiva de impuestos, impulsó una expansión que dejará en la cosecha de este año un aumento del 30 % en el volumen de producción con respecto a la de 2015, según las previsiones.

Además, durante el kirchnerismo la elevada tributación hizo que muchos empresarios rurales abandonasen el trigo y el maíz y se centrasen en la soja -más rentable pese a que el monocultivo afecta a la sostenibilidad de la tierra-, una tendencia que en los últimos años había comenzado a revertirse pero que podría volver a aparecer.

No obstante, la devaluación del peso supera el impacto negativo de las conocidas como retenciones a la exportación, y se cree que, aunque supusieron un golpe anímico para el mundo agrario, no variarán el tono positivo, de más inversiones y diversificación, que se proyectaba antes su implementación. Las retenciones están fijadas en pesos por dólar exportado, por lo que la alta inflación (para 2018 se espera una cifra superior al 40 %) irá diluyendo su valor, un guiño de Macri a un sector que, pese al rechazo a esta medida, es poco probable que le retire el respaldo.
De cara al futuro, Argentina podría doblar en pocos años su producción agraria frente a la de 2015, cuando se situó en 100 millones de toneladas. Ante ese escenario, y en medio de una grave crisis económica, el país mira al campo como uno de los factores que podría aliviar la falta de divisas y ser un motor de la recuperación.


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