Formación profesional, aliada del desarrollo

Editorial
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Las aguas turbulentas que movieron los cimientos de la economía mundial hace una década dejaron en muchos países altos incrementos de desempleo y subempleo, en especial entre los más jóvenes, y llenaron de incertidumbre el futuro del trabajo.

En los países más dañados este efecto sigue jugando muy en contra de la acumulación de su capital humano y, en consecuencia, de su futuro crecimiento económico y social, asegura Manuel Galvin Arribas, experto en Formación, Capital Humano y Gobernanza de la Fundación Europea para la Formación, ETF, con sede en Turín, Italia.

En ese tránsito hacia la precarización del empleo, quizás, ni la carrera-postgrado-tesis-master es una receta para asegurarse el maná del mileurismo. Y en estos tiempos inciertos tampoco parece que, en muchas ocasiones, las cualificaciones se ajusten a los requerimientos de las ocupaciones.

Paradójicamente, los datos son siempre tercos. Tantas estadísticas, desagregadas por especialización, informan de que casi siempre las tasas de inserción laboral de titulados de educación superior son más bajas y menos ajustadas al desempeño del empleo de acuerdo a estudios cursados, frente a las que detentan los graduados medios o superiores de la educación y formación profesional. Este mantra es casi siempre cierto. Quizás se salvan los estudios técnicos superiores, como las ingenierías u otras humanidades de buen vivir.

En todo caso, cuando los sistemas de formación profesional son permeables y flexibles en su arquitectura, diseñada bajo el compás del aprendizaje a lo largo de la vida y orientados a la excelencia y la calidad, su diseño dentro de ese amable diagrama sistémico permite acceder a estudios superiores de alto prestigio académico y de alta empleabilidad.

Todo tiene sus porqués. No era tan obvio observar que aquellos países que poseen excelentes sistemas de formación y educación profesional son los que lideran los rankings económicos (y de justicia social) de Europa y del mundo. Esos mismos países han sido más resilientes a los malos efectos en el empleo para los más jóvenes y los más vintages, y para los que acreditaban cualificaciones de grado medio de tipo vocacional.

Alemania, Austria, Suiza, Finlandia, Suecia y Dinamarca; hasta Francia y por supuesto Holanda, Australia, Canadá, Singapur, Gran Bretaña -antes del Brexit-, incluso Republica Checa, Chile, Corea del Sur, Estonia e Irlanda, entre otros, son claros ejemplos de países que están apostando desde hace mucho tiempo por una Formación Profesional, FP, “top class”.

Todos ellos tienen sistemas de formación y educación profesional que son la clave de sus niveles de empleo y cualificación, de sus políticas industriales y tejidos productivos, del sentimiento exitoso de sus emprendedores, de su innovación y, ahora, de su adaptación a la revolucionaria megadigitalización y robotización de la vida humana.

Sus sistemas de formación profesional (y de muchos más países) se están encargando de identificar las áreas de competencia curricular y transversal y las capacidades y cualificaciones específicas requeridas para enfrentarse a esta onda expansiva.

Y aunque la formación profesional no es la panacea para resolver los problemas cuando existe un problema estructural y peliagudo de oferta de trabajo en tantos países, es un error gravísimo seguir diseñándola como ese chico triste y feo o esa hermanastra antipática.

¿Cómo podemos hacer para que la FP tenga un lugar prioritario en el sistema educativo de un país? De entrada, se debe reconocer que es el único sistema educativo que habla con el del trabajo y el empleo, con el de la economía, con el de la industria y la innovación y también con el de las políticas sociales y culturales. Y ¿cómo puede ser diseñada para que alcance excelencia y sea de calidad?

El primer paso es trabajar forjando partenariados para cambiar su imagen social y educativa ante la opinión pública. Esto requiere que las comunidades de FP (poderes públicos nacionales y regionales, sectores económicos, actores privados y la sociedad civil con sus familias, estudiantes y docentes, etc.) creen una visión estratégica común y viable.

La FP está vinculada al mundo educativo y productivo (sectorial, multi-sectorial) por definición. Para los empresarios, sindicatos, instituciones y otros actores del mundo económico y sectorial, la FP es una necesidad porque son usuarios de ella. Un país que quiera crecer y generar bienestar debe tener distintos escenarios que definan modelos productivos liderados por su poder público y la FP es, en todos los casos, una aliada estupenda.