La religión en los gobiernos

Editorial
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Podría resultar sorpresivo que en estos tiempos cuando se exalta el poder y se pondera la democracia, una dirigente de un país hable sobre religión, inste a ir a misa con mayor frecuencia e invite a leer la biblia. Ese ha sido el caso de Ángela Merkel, canciller alemana.


Sabemos que en Europa el Islam gana terreno y hay una persecución cristiana grave que está cobrando vidas. Ante esta terrible problemática, la Canciller da como respuesta: “Tener el valor de ser cristianos, saber fomentar el diálogo (con los musulmanes), volver a la iglesia y sumergirse de nuevo en la Biblia”.

Este es un llamado pacífico que invita a conocer el cristianismo a fondo y ser testigos del amor de Dios.

¿Dónde buscar orientación en un tiempo difícil para Alemania y Europa? La Canciller, hija de un pastor luterano confiesa: “La fe en Dios me ayuda en la vida política... La fe y la religión son la base sobre la que yo y muchos otros contemplamos la sagrada dignidad del ser humano.

Nos vemos como la creación de Dios, y eso guía nuestras acciones políticas... La fe en Dios me facilita muchas decisiones políticas”.

El intelectual brasileño, icono de la teología de la liberación, Frei Betto, dice que la izquierda se equivoca ya que no reconoce la naturaleza popular de la religión.

Como bien observa Betto, en la historia de la humanidad no hay sociedades ateas. Él asemeja a la religión con la política, sirve para oprimir o para emancipar.

Ante la descomposición del tejido social y la inseguridad y violencia que agobian a las comunidades, algunos gobernantes locales acuden a la iglesia católica para que contribuya mucho con su doctrina y promoción de valores entre la comunidad, valorando los políticos el papel que la religión ha desempeñado en la sociedad para hacer frente a la pérdida de valores entre algunos integrantes de la sociedad.

Un pueblo que tiene una religión que inculca valores y dicta mandamientos como no robarás y no matarás, tiene más probabilidades de vivir en paz y armonía.

Los habitantes de un pueblo religioso están convencidos de obrar rectamente por cuestiones de fe y por honrar a un dios que aman y veneran.

Sus acciones no responderán solamente a leyes de humanos cuando muchas veces quienes las elaboran son quienes las quebrantan.


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