¿Condenados a repetir la historia?

Editorial
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La paz no siempre termina las guerras. Muchas veces, el apaciguamiento es la chispa que enciende la mecha. En 1938, el primer ministro de Francia, Édouard Daladier, y el premier inglés, Neville Chamberlain, fueron a Berlín a agacharle la cabeza al canciller alemán, Adolf Hitler.
Consintieron en que el Führer se tomara la región checa de los Sudetes para que desistiera de invadir el resto de Europa. Multitudes los recibieron a su regreso en Londres y París, convencidas de que se había alcanzado la paz, pero algunos, como Winston Churchill, intuyeron lo que vendría: “Le dieron a elegir entre la guerra y la humillación, usted escogió la humillación y tendrá la guerra”. El resto es historia: la Segunda Guerra Mundial dejó más de 50 millones de muertos que le debieron pesar a Chamberlain hasta el fin de sus días.

También muestra la historia lo que se deriva de perdonar a peligrosos delincuentes. En 1955, Fidel Castro Ruz fue amnistiado cuando solo había cumplido dos de los 15 años de prisión a que fue condenado por la toma del Cuartel Moncada. Castro registraba crímenes desde muy joven: en febrero de 1948 asesinó a un líder estudiantil, y el 9 de abril del mismo año participó en las revueltas de El Bogotazo, tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Está suficientemente documentado que Castro se encontraba cerca del lugar del crimen y que, escopeta en mano, fue un instigador de los disturbios.

Y, como Churchill, hubo quien previera las nefastas consecuencias de ese perdón, el representante a la Cámara Rafael Díaz Balart, cuya constancia histórica también se recuerda: “Ellos no quieren paz. No quieren democracia ni elecciones ni confraternidad. Fidel Castro y su grupo solamente quieren una cosa: el poder, pero el poder total, que les permita destruir definitivamente todo vestigio de Constitución y de ley en Cuba, para instaurar la más cruel, la más bárbara tiranía, un régimen totalitario, inescrupuloso, ladrón y asesino que sería muy difícil de derrocar por lo menos en veinte años”.Todos sabemos lo que ocurrió después. La revolución cubana lleva 56 años martirizando a su pueblo a tal grado que muchos prefieren echarse al mar que subsistir en medio de las carencias de la libreta de racionamiento y la ausencia de libertades.

Del mismo modo, en 1994, el coronel venezolano, Hugo Chávez Frías, fue sobreseído por el presidente Rafael Caldera. Estaba preso por la intentona de golpe del 4 de febrero de 1992 contra el presidente Carlos Andrés Pérez, que tuvo un saldo de casi un centenar de muertos. Nadie daba un peso por el futuro político de Chávez, quien además negaba ser de izquierda, pero el desencanto del pueblo con la clase política tradicional lo llevó al poder. En noviembre de 1998, un mes antes de las elecciones, el mismo Carlos Andrés Pérez presagió lo que se venía: “vamos a hundir al país en una tragedia que no debería vivir nunca Venezuela (...). (Con Chávez se avizora) una dictadura, y nosotros sabemos lo que es una dictadura: aquí no hay ley, aquí no habrá derecho de expresión, aquí las cárceles se abrirán para quienes no estén de acuerdo con ese gobierno, no se le permitirá a nadie disentir y todos los problemas de corrupción, los problemas del poder judicial, todos se harán más graves aún”. El resto es bien conocido: en el país más rico de la región, hoy se aguanta hambre.

Año 2016: tenemos en Colombia un perdón absoluto para las Farc, y los acuerdos plantean tantas ventajas en materia de política agraria, de justicia, y de participación política, entre otras, que las ponen en la antesala del poder. Ni siquiera ocultan su intención de llevarnos por el mismo camino de Cuba y Venezuela. ‘Iván Márquez’ lo dice en un vídeo: “La paz es nuestra estrategia (...) por un gobierno (...) hacia el socialismo”. Es manida la máxima de Santayana: “pueblo que no conoce la historia...”.