¿Todo listo?

Editorial
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Medio millón de turistas extranjeros, decenas de jefes de estado y la prensa internacional. Si hay algo que resulta un dolor de cabeza mayor para las fuerzas de seguridad, son los Juegos Olímpicos.

En medio de una ola de ataques de la organización Estado Islámico en Francia y otros sitios, Brasil, que no tiene casi experiencia en la lucha contra el terrorismo, se prepara para velar por la seguridad de la gente en los juegos de Río de Janeiro 2016 que arrancan el 5 de agosto. Se planea duplicar la cantidad de elementos de las fuerzas de seguridad que patrullan las calles, instalar puestos de control y colaborar estrechamente con los servicios de inteligencia extranjeros.

Si bien el Gobierno tiene un programa sólido para velar por la seguridad de los atletas y las instalaciones, sospecha que las autoridades no se toman muy en serio la amenaza de un atacante solitario o de un ataque suicida. Las posibilidades de que haya un ataque terrorista durante los juegos son casi nulas y la principal preocupación es la delincuencia callejera. Es muy inocente pensar que el peligro del terrorismo es mínimo; en el último año, el peligro de un ataque terrorista ha aumentado de manera exponencial en todos lados.

En el pasado ha habido pocos ataques terroristas durante los juegos, pero fueron terribles. El más famoso fue la matanza de 11 atletas israelíes y de un policía en 1972 en Múnich, perpetrado por una organización radical palestina. Una bomba puesta por un individuo contrario al aborto mató otra una persona e hirió a 111 en Atlanta en 1996. Brasil tiene muchos problemas que otros países no tienen, Es una especie de tormenta perfecta para cualquiera que quiera lanzar un ataque.

La primera justa olímpica sudamericana ha sufrido una larga lista de problemas, desde una epidemia de Zika y una severa contaminación de las aguas hasta la floja venta de entradas e interrogantes acerca de si la infraestructura va a estar lista.

Para completarla, Brasil atraviesa por una de sus peores recesiones en décadas, que hizo que el Gobierno estatal de Río reduzca sus gastos y demore el pago de sueldos, y por una seria crisis política que motivó la suspensión de la presidenta Dilma Rousseff, quien encara un juicio político. El Gobierno Nacional tuvo que aportar 1.000 millones de dólares en fondos de emergencia a ser destinados mayormente para la seguridad de la justa. También llegaron a Río agentes policiales de otros estados. Muchos de los problemas que tiene Brasil en el plano de la seguridad son de vieja data y difíciles de resolver. Tiene una extensa y porosa frontera con diez naciones por la que se contrabandean armas y drogas. Conseguir un fusil de asalto o explosivos es sencillo, pues las bandas que controlan las favelas de Río son abundantes. El año pasado ladrones se alzaron con un camión que transportaba una tonelada de dinamita.
Brasil tiene experiencia en la organización de grandes eventos. Todos los años vienen millones de visitantes extranjeros al carnaval y la Copa Mundial de fútbol del 2014 transcurrió sin problemas. Pero casi no tiene experiencia en la batalla contra el terrorismo. El país se vanagloria de no tener enemigos y rechaza las intervenciones militares.

No extraña entonces que reine el desasosiego entre muchos brasileños al ver una creciente presencia militar en aeropuertos y otros sitios. También ha habido algunos sustos, como cuando se cerraron por varias horas las calles del exclusivo barrio de Leblon, sobre la playa, tras encontrarse una bolsa sospechosa que resultó tener ropa nada más.

A pesar de la actitud relajada de los brasileños, más apta para una fiesta callejera que para emergencias terroristas, ha mejorado desde la Copa Mundial. Aumentó la frecuencia de los entrenamientos para lidiar con ataques químicos, biológicos y nucleares y se creó un centro de inteligencia conjunta para los juegos, que facilita a los servicios de inteligencia de todo el mundo compartir información e investigar cualquier amenaza que pueda surgir.


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