Dolor de patria

Editorial
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Miles de colombianos siguen en éxodo hacia nuestro país en medio de la crisis fronteriza generada luego de que las autoridades venezolanas decidieron cerrar de manera indefinida los pasos fronterizos en el estado suroccidental de Táchira y declarar un estado de excepción en algunos municipios de esa zona tras el ataque que sufrieron tres militares y un civil cuando realizaban actividades de combate al contrabando.

En medio de este caos y de la falta absoluta del respeto por la dignidad humana de nuestros compatriotas, se reunieron ayer las cancilleres de Colombia y Venezuela, para tratar el tema.  Al final, mucho ruido y pocas nueces, en lo que podía ser el punto de partida para la resolución del conflicto.

Ante lo anterior, en alocución presidencial, la posición de Colombia es, según el presidente Santos, instalar una Mesa Humanitaria para exigir  consideración por nuestros compatriotas ya que todo ser humano -aun si estuviera en un país sin todos los papeles legales- merece ser tratado con respeto y dignidad, y merece un debido proceso.

Y eso va a exigir el gobierno colombiano.

No sabemos si una mesa humanitaria detendrá la salida de colombianos bajo un intento sol recalcitrante desde la ciudad venezolana de San Antonio del Táchira atravesando a pie el río binacional mientras cargan sobre sus hombros algunos muebles, materiales de construcción, colchones, pequeños enseres, bolsas de ropa, y hasta neveras para llevarlas hasta la ribera colombiana donde se improvisó una especie de depósito al aire libre.

Tampoco sabemos si detendrá el separar  a las familias, no dejarles sacar sus pocos bienes y marcar las casas para luego demolerlas,  procedimientos que son  totalmente inaceptables y recuerdan episodios amargos de la humanidad que no pueden repetirse.

Algunos funcionarios de los cuerpos de seguridad de Colombia se unieron a los civiles para ayudarlos en el traslado de sus enseres en medio del río.

La tragedia de los colombianos empiezan con sacar las cositas; la gente las transporta  por trochas y se llevan  muebles, escaparates, peinadoras y todo lo que puedan.

El éxodo ha sumado a las deportaciones que han realizado las autoridades venezolanas de 1.118 colombianos indocumentados y podría agravar la compleja situación que enfrenta la ciudad fronteriza de Cúcuta, limítrofe con Venezuela, que tiene más de medio millón de habitantes y donde se declaró el estado de calamidad ante la llegada de cientos de personas, en su mayoría pobres.

En dos instalaciones deportivas y cuatro centros comunitarios y de ancianos de Cúcuta y de la pequeña población de la Villa del Rosario se levantaron improvisados refugios donde las autoridades colombianas están alojando a los deportados, algunos de los cuales sólo tienen lo que llevan puesto.

Mientras tanto el expresidente Álvaro Uribe, es el único que ha levantado su voz y sigue atento a lo que pasa, sobre todo ante la posición muda y complaciente de la izquierda colombiana, que no se pronuncia ante el irrespeto hacia los colombianos, que también son sus compatriotas.

Uribe Vélez ha encabezado manifestaciones frente al consulado de Venezuela en Bogotá para protestar por el maltrato que han sufrido ciudadanos colombianos en la frontera con el vecino país, ha visitado la zona de la frontera y ha atendido personalmente el clamor de los afectados, cosa que no ha hecho el presidente de Colombia.