Las interminables rieles del sobrio tren,
apoyadas en los maderos durmientes,
paralelas infinitas, dolientes y sino cruel,
sueñan aún con encontrarse en la mañana.
En cada estación siempre hay alguien,
que sentado en su butaca, desespera,
nunca sube al tren, anhelando espera,
quizás algún día, se apee su amada.
Su mirada perdida a las rieles persigue,
queriendo detener al tren del alma,
en cuyos vagones un amor suspira,
conteniendo el llanto de la despedida.
El tren se aleja con sonido de chatarra,
el asiento cobija al hombre que espera,
mientras tararea el impávido viento,
los sonidos del silencio y del lamento.