La voz del pueblo

Una de las mayores ventajas que los expertos ven en los cabildos abiertos es que pueden fortalecer la deliberación pública, algo que no ha sido fuerte en el proceso de paz.

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En pocas semanas, el gobierno y las Farc deberán tener listo un nuevo texto de acuerdo de paz que incluya los ajustes y precisiones hechos por los críticos del proceso de La Habana. Si lo logran, la siguiente pregunta será cómo refrendar el nuevo acuerdo. Otro plebiscito está prácticamente descartado, por lo que cada vez más juristas y dirigentes políticos cercanos al gobierno se inclinan por una combinación de fórmulas que van, desde usar el Congreso, hasta realizar cabildos abiertos en concejos municipales y asambleas departamentales.

El primero que mencionó los cabildos abiertos fue el exmagistrado de la Corte Constitucional Eduardo Cifuentes. Recordó no solo que dicha figura está contemplada en la Carta Magna y en la Ley de Participación Ciudadana, sino que hace parte de la tradición política del país.

Basta recordar que en medio de la revuelta del 20 de julio de 1810, se citó a un cabildo abierto que terminó con la firma del Acta de Independencia, y que por medio de los cabildos municipales se refrendó en todo el país la Constitución de 1886. Aunque al principio la idea parecía compleja, riesgosa y hasta exótica, poco a poco se han sumado voces de respaldo, pero también advertencias sobre sus riesgos. ¿Cuáles son sus ventajas y limitaciones?

Participación directa

Una de las mayores ventajas que los expertos ven en los cabildos abiertos es que pueden fortalecer la deliberación pública, algo que no ha sido fuerte en el proceso de paz.

El cabildo abierto, al igual que el plebiscito, tiene un carácter político y no jurídico. Si bien en ambos puede jugar el estado de ánimo y los sentimientos, en el cabildo hay mayor debate público, más lugar para los argumentos y menor para la manipulación emocional y, por tanto, se fortalece la democracia. Se puede citar rápidamente para “cualquier asunto” que afecte a la comunidad, con apenas el 5 por 1.000 de los ciudadanos inscritos en el censo electoral, y puede deliberar en la sede del Concejo o en la plaza pública.

Juristas como Rodrigo Uprimny le ven gran valor en un momento como el actual, porque puede convertirse en un espacio de encuentro entre los defensores del Sí y del No de cara a construir consensos. Sería una oportunidad para un diálogo con menos simplificaciones que convoque incluso a los indiferentes que no votaron el 2 de octubre. Uprimny, sin embargo, tiene dudas de que pueda funcionar como un mecanismo para refrendar un nuevo acuerdo.
Una segunda ventaja es que les quita a los políticos el monopolio sobre un asunto de interés nacional, como la paz. Tal como dijo hace poco el expresidente uruguayo Pepe Mujica, a las conversaciones de La Habana les faltó pueblo. Muchos lo consideraron un acuerdo entre unas cúpulas políticas y eso explica en parte su fracaso en el plebiscito. A juicio de Cifuentes, ese resultado, que estuvo en manos sobre todo de la clase política, dejó congelado y maniatado al presidente Santos para hacer la paz. La expresión de una voluntad popular de respaldo al nuevo acuerdo que salga en las próximas semanas lo ‘descongela’ y le daría un nuevo mandato.

Un tercer elemento interesante de los cabildos es su carácter territorial. Aunque el acuerdo de La Habana tiene un indiscutible enfoque territorial, en la práctica todo se ha manejado desde el centro del país. Muchas regiones no se han sentido consultadas y, más preocupante aún, los resultados del 2 de octubre ratificaron una fuerte división entre el centro y la periferia de la nación alrededor de este tema. Los cabildos pueden acercar la paz a las personas y, por tanto, cerrar la brecha de indiferencia. De hecho, esta semana ya un grupo de ciudadanos inscribió el primer cabildo abierto en Tunja, para refrendar los acuerdos que surjan de la renegociación y declarar a esta ciudad territorio de paz.

Límites y riesgos

Pero como se dice popularmente, de eso tan bueno no dan tanto. Los cabildos también tienen riesgos y grandes interrogantes. El primero es que como no están reglamentados y son una figura de poco uso reciente, puede abrirse una caja de Pandora difícil de cerrar. Es decir, que terminen por ligar a la paz todos los temas y se vuelva un diálogo interminable.

Un segundo riesgo es que, si no hay un propósito claro y un clima de convivencia, los cabildos pueden avivar las llamas de la polarización. A la discusión en materia de los acuerdos de paz se le podrían ‘colgar’ los conflictos propios de cada municipio, donde hay intereses políticos y económicos en juego, o las disputas locales que nada tienen que ver con lo pactado en La Habana. Y la gran vulnerabilidad de Colombia sigue siendo que la violencia y la política se mezclan con mucha facilidad.

Una tercera incógnita es qué pasaría si en los cabildos se reafirma el mapa de una Colombia dividida entre un centro que no cree en los acuerdos y una periferia que los respalda. En lugar de ganar espacio para la implementación, posiblemente el gobierno lo perdería. Especialmente porque los cabildos pueden ser vistos como una manera de eludir un nuevo plebiscito. Es decir, que quede en un importante sector de la población la idea de que el presidente hizo caso omiso del No que ganó en las urnas.

Un riesgo final es que realizar cabildos en más de 1.000 municipios se tome tanto tiempo que resulte peor el remedio que la enfermedad y contribuya a extender el limbo que ya existe en la práctica.

Hasta ahora está clara la prioridad de sacar un nuevo acuerdo y una ruta para su implementación. Hay muchos caminos jurídicos y abogados creativos para encontrarlos. Pero el drama sigue siendo cómo resolver el problema de la gran división política del país. Los cabildos abiertos pueden resultar una fórmula para ampliar el diálogo político, pero hay dudas de que realmente ofrezcan la mejor opción para ratificar un nuevo acuerdo. Posiblemente una nueva refrendación requerirá combinar varias fórmulas en diferentes momentos, como ya lo había sugerido hace varios meses Uprimny. De todos modos, algo sí comparten los expertos: hacerlos sería una oportunidad para elevar el debate sobre la paz, llevarlo a la base de los ciudadanos, y esgrimir argumentos serios sobre lo que se está jugando el país en esta coyuntura. Pero como todas las ideas innovadoras, necesita madurar un poco más antes de echarse a andar.