El privilegio de vivir en esta tierra

Santa Marta, la ciudad más antigua, siempre se mantuvo con el estigma de su aletargado progreso, algo que en las recientes décadas observa una dinámica de crecimiento.

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Por años EL INFORMADOR se ha dedicado en sus páginas conmemorativas al cumpleaños de Santa Marta, a contar historias, describir los acontecimientos que marcaron la época en nuestra centenaria cultura. Por ello es imprescindible seguir contando lo que nos hizo ciudad. Una tierra llena de riquezas que muchos la vieron, pero que pocos aprovecharon.


De dónde venimos?, ¿de dónde somos?, ¿hacia dónde vamos?, interrogantes que hace el hombre desde centurias, pero que sin la intervención de la historia no serían resueltos.

Y es la curiosidad por conocer el pasado que las civilizaciones avanzan, tomando como referente la frase acuñada por numerosos pensadores sobre “un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”.

Santa Marta, la más antigua, remanso de naturaleza, tierra rica para vivir, pero relegada por los siglos, fue desde los albores de la colonización española vaticinada para ser el más importante epicentro comercial e industrial de la región Caribe colombiana.

No era para menos, conquistadores y exploradores detallaban en sus crónicas las bendiciones que poseían a su llegada.

No era para menos: desde recios árboles para construir navíos, pasando por la variada oferta en frutas y vegetales que crecían de forma silvestre en la Sierra Nevada, hasta vetas de minerales apetecidos en Europa, eran algunos de los recursos con que los relatores presumían de la ciudad de Bastidas.

Uno de esos exponentes de lo que mostraba la Santa Marta de la colonia, fue el alférez de infantería, José Nicolás de la Rosa, quien combinó su labor militar con sus dotes literarias.

En su libro ‘La floresta de la Santa Iglesia Catedral de Santa Marta’, escrito en 1789, describe lo que consideraba era la realidad de la Santa Marta en tiempos en que se erigió el templo más antiguo de Colombia.

Tomando como inicio escribe que solo hasta el año de 1526, Santa Marta alcanzó a tener sus primeros pobladores foráneos, y solo tres años después apareció el primer gobernador para la provincia, García Lerma.

Pero en su relato se sumerge en ese crecimiento que como ciudad debía suceder en la vieja ciudad.

Sucintos, pero no menos importantes son los datos que contribuyen hoy a comprender un poco de nuestros orígenes. “Los edificios que componen la ciudad son todos bajos, por el temor de la recia brisa”, explica el cronista, referente a las construcciones que asomaban en el siglo XVIII.

Otro detalle que describe el modo de vivir de nuestros antepasados samarios era la conformación de las vías y de su importancia para la comunidad: “Las principales calles de la Santa Marta colonial eran ocho, la calle de La Veracurz, la calle de Santo Domingo, la calle de la Acequia, la calle del Cuartel, la calle de la Iglesia Mayor, la calle de La Mar, la calle de Mamatoco. Estas corrían de oriente hasta el poniente.

Mientras que las calles que cruzaban se destacaba la de Madrid, paralela al río Manzanares, y en la que estaba poblada por descendientes de los primeros y segundos conquistadores”, explica en su obra.

Naturaleza incomparable

Si bien la población samaria sobrevivía con la escasa actividad comercial y portuaria que había en aquel entonces, esto contrastaba con el inmejorable entorno, liderado por el siempre apacible mar y la cantidad de ríos que bajaban desde las cumbres.

Referente a los montes que rodean a Santa Marta expuso: “En la primavera es deleite grande andar por allí, porque el mucho azahar que brota recrea la vista y lisonjea el olfato, siendo tal la abundancia, que no se pisa otra cosa que azahar y hojas aromáticas...”.

En otro de sus apartes enumera los principales productos que en las haciendas cultivaban: “Se cogen cacao, naranjos, coles, bledos, lechugas, pepinos pimientos berenjenas, escarolas, cebollas, yerbabuena y, en algunas partes, perejil y culantro...Arroz, frijoles, millo y ajonjolí, abundan, con exceso del maíz”, cuenta.

Pero quizás, y con una descripción que puede rayar en las triviales hipérboles propias de las narraciones que buscaban sorprender a los pobladores del Viejo continente, hace una referencia especial a la calidad de la madera que por esta región pululaba:

“Está toda ella tan poblada de ricas y abundantes maderas, que en opinión de muchos hombres de inteligencia, se podrían formar copiosos astilleros para poblar de embarcaciones mayores y menores el océano”.

“...Hay cedros, que no solo los podrán abrazar ocho hombres, dadas las manos en círculo, sino que desde el mástil y hasta el copo pasan de doce estados (más de tres metros)”, explica admirado el español.

Pero como si vaticinara lo que Santa Marta le ha pasado por siempre, lo que siempre se ha dicho y que muchos consideran la ‘talanquera’ para el progreso de la tierra, lo sentenció De La Rosa hace 227 años sobre la ciudad:

“Es abundante, fértil, sana, y plausible la provincia de Santa Marta, que solo le falta el fomento del comercio para que entre todas las del Nuevo Reino, se alce con el renombre de mayor, como tiene adquirido de más antigua” ¿Casualidad?

Vista por los conquistadores y colonizadores, Santa Marta fue un paraíso que contaba con todas las ventajas para ser la más importante población de la región. La imagen corresponde a un plano de la ciudad en el siglo XVII.
Santa Marta fue construida frente al mar y estaba erigida por una plaza principal, con la iglesia al fondo y alrededor las viviendas de las familias más respetadas. El plano corresponde a uno realizado en el siglo XVII.
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