Extinction Rebellion: 30.000 personas por el medio ambiente

Alianza El Informador - Semana
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Extinction Rebellion no está dispuesto a esperar a que las generaciones venideras solucionen la emergencia climática. Cree que el momento es ahora y que solo una “quinta re-evolución” evitará la catástrofe.

María José Peláez 
Revista Semana

Extinction Rebellion no es un simple movimiento cívico ecologista ni un grupo de millennials que alerta sobre la emergencia climática. No pretende imitar a los hippies ni se parece a otro grupo que haya luchado por el medioambiente. Precisamente porque no lo preocupa lo medioambiental sino, principalmente, lo existencial.

Desde su nacimiento en Londres a finales de 2018, Extinction Rebellion dejó claro que preservar a la humanidad no debe ser una preocupación del primer mundo ni de las generaciones venideras, sino una emergencia que convoca a la humanidad. Por eso, se consolidó bajo la premisa de “hecho en casa”. Es decir, unirse por la certeza de que no hay “planeta b”, pero saber que cada lugar tiene condiciones sociales y políticas que determinan las maneras en que se puede hacer activismo. 

Cada una de las personas con las que Semana habló –líderes del Reino Unido, España, México y Colombia– coincidió en la urgencia de luchar contra la crisis climática. Pero entienden que en ciertos países dar esa pelea puede ser mortal. 

Roberto Arias, vocero de Extinction Medellín, aseguró que “la militancia ambiental en Colombia es una actividad suicida. Pero, como la vida está por encima de todo, hay que ganar la batalla contra el cambio climático”.

Extinction Rebellion entiende que  nació como un movimiento citadino, pero debe a su vez ganar adeptos en los lugares más afectados por la deforestación y la “corrupción climática”: las zonas rurales y selváticas de América Latina. Y justo ahí  radica su éxito. A sus integrantes los unen tres ideas: el Gobierno debe contar la verdad sobre el desastre climático, reducir las emisiones de carbono a 0 en 2025 y debe convocar una asamblea ciudadana nacional para supervisar esos cambios. Ahora, el intríngulis del asunto está precisamente en el cómo.

Por un lado, tanto Reino Unido como España han basado sus protestas en la idea del “Estado criminal”. Según Enrique Muñoz, activista español, se apegan a la abogada Polly Higgins que propuso considerar el ecocidio como uno de los pecados capitales y, en ese sentido, “amparar jurídicamente a quienes acusan al Gobierno de asesino ambiental”.

Finalmente, Nicolás Elíades, activista colombo español, le preocupa que en América Latina se asocie al ecologismo con los grupos guerrilleros o “con los marihuaneros”, porque eso ha llevado a creer que la crisis ambiental es problema de unos pocos. Por eso, responde inseguro, “Soy un realista. Estamos frente a la mayor crisis existencial de nuestra especie: 200 millones de refugiados climáticos, guerras por el agua, negacionistas. Esto ya no es un problema ecológico ni de ricos ni de europeos abrazando árboles, esto es algo mucho más grande”.

Y cierra: “Pueden llamarme drogadicto, maricón, sudaca, pero nuestra casa seguirá ardiendo y no porque me llames así sobrevivirás más que yo”.  Eso resume el manifiesto de Extinction rebellion: la crisis existencial requiere una revolución ambiental.