Amor a la tercera edad

Jesús Perdomo y Marina González, de 77 y 82 años, respectivamente.

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Marina González, de 77 años, y Jesús Perdomo, de 82, se conocieron hace 19 meses en el Asilo Sagrado Corazón de Jesús. De inmediato el uno se convirtió en el apoyo del otro, en el marco de su estancia en el único centro de atención geriátrica de Santa Marta.

Por: Daniela A. García Gómez
Redacción EL INFORMADOR
Fotos: Orlando Marchena

Tras seis años y medio en el Asilo Sagrado Corazón de Jesús, el huilense Jesús Perdomo, de entonces 80 años, pensó que ya nada dentro del único centro de atención geriátrica de Santa Marta podría sorprenderle.

Sus días transcurrían entre tomar el desayuno, conversar con algunos de los ancianos, sentarse en el comedor a la hora del almuerzo, esperar la siesta y caminar de un lado a otro dentro de la vieja edificación en la que desde hace 77 años funciona la institución.

Pero para él todo cambió a partir de marzo de 2017, con el ingreso al ancianato de Marina González, una abuela de entonces 75 años, quien se convertiría en la nueva huésped del lugar y en una de sus motivaciones.

Actualmente en el Asilo Sagrado Corazón de Jesús habitan 62 abuelos, pero no hay unos más inseparables que Jesús y Marina, quienes hoy suman 82 y 77 años de edad, respectivamente.

Se les ve juntos en las mañanas conversando en el patio interno del centro geriátrico, en las tardes viendo televisión y los domingos en misa en la parroquia Los Sagrados Corazones de Jesús y María, la iglesia que está junto al asilo.

Seguramente también vivirán juntos el Asilotón, una actividad preparada por la parroquia para recolectar fondos para el mantenimiento del asilo y los ‘viejitos’ que, como Marina y Jesús, conviven en el lugar.

La historia de Marina

“Llegué al asilo en marzo del año pasado, aquí conocí a ‘don Jesús’, él ya era antiguo acá”, cuenta Marina, sentada en una de las sillas de su habitación del asilo, en la que no le falta nada.

En su cuarto tiene cama, nevera y televisión. Las paredes están adornadas con un cuadro que la retrata en su juventud, fotos de sus hijos y nietos e imágenes religiosas. También tiene envases con dulces que comparte con ‘don Jesús’.

“Le simpaticé y me simpatizó, pero decidimos que de amigos, porque ya estamos viejos para estar de novios”, agrega la abuela, quien se muestra como una persona dulce y supremamente educada.

Ella es madre de dos varones: Carlos Augusto y Omar Guillermo Vesga González, de 43 y 38 años, respectivamente. Ambos la visitan, están pendientes de ella y le llevan lo que necesita.

“Yo vivía bien con mis hijos, para qué le voy a decir que no; pero ellos ya tienen su familia y necesitan su espacio, tienen que criar a sus hijos a su manera”, agrega.

Marina, viuda desde hace años, encontró en Jesús un apoyo dentro del asilo. “Con él converso, voy a misa... Lo que me agrada es que es una persona que respeta, que ora y que cree mucho en Dios. Yo comparto con él lo que me traen mis hijos y el me colabora con lo que necesito”, explica.

La historia de Jesús

Jesús la mayor parte de su vida ha permanecido solo, luego que en su juventud tuviera una relación de la que nacieron tres hijos y que al final no resultó, no insistió en el amor.

Quizás su oficio no le ayudó. Buena parte de su vida se dedicó a comprar mercancía en Maicao, La Guajira; para luego comercializarla entre El Banco, Magdalena; Chimichagua, Cesar; y Magangué, Bolívar. Eso hacía que siempre estuviera viajando.

Luego trabajó ofreciendo productos en el Mercado Público de Valledupar, poco después recolectando las cosechas de café en la Sierra Nevada y finalmente, ya entrado en años, revendiendo mercancía en ‘El Pueblito’, en Santa Marta.

Cuando la edad hizo lo suyo y los ingresos no le daban para pagar una pieza y comprar comida, tuvo que pedir asilo en el ancianato. De eso hace ya ocho años.

“Me levantaba a las 3:00 de la mañana y salía a trabajar, pero cuando calentaba el sol ya no podía caminar, empecé a sufrir de las rodillas. Fue entonces cuando mi Dios me puso acá”, recuerda.

De sus hijos desconoce el paradero, si viven o si le dieron nietos. Y es que tras la separación de la que fue su esposa, no pudo volver a verlos.

“Aquí me ha ido bien. Tengo cama, comida, ropa, medicamentos y muy buenas amistades. Ahora está la ‘seño’, que se hizo amiga íntima mía y la respeto, me agrada porque es muy decente, honesta y tiene educación”, aclara Jesús.

En medio de la monotonía que impregna los días dentro del asilo, Jesús y Marina han encontrado el uno en el otro su motivación, su cooperación, su apoyo.

Aunque todos en el ancianato piensan que son novios, ellos defienden su amistad, incluso cuando se les ha sugerido el matrimonio. 

“Le simpaticé y me simpatizó, pero de amigos, porque nosotros estamos  muy viejos para ser novios”, Marina González.
https://www.youtube.com/watch?v=fOT1KwKiQCk&feature



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