SANTA MARTA RUMBO A LOS 500 AÑOS

FALTAN:

Una presencia que llena…

Colombianos y venezolanos se unieron en oración para pedir que se solucione esta crisis que viven los países bolivarianos.

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Hace rato que no lloraba pero hoy cuando ese viejito, deportado de Venezuela, se me acercó y me abrazó dándome las gracias por haber ido a acompañarlos las lágrimas brotaron de mis ojos y me hicieron sentir su dolor, su miedo, su pobreza pero a la vez su fe y su fuerza interior. Fue la primera experiencia que tuve al llegar al centro de migraciones que tienen los padres Scalabrinianos en la ciudad de Cúcuta. El lugar está desbordado por la necesidad.

 

En el río Tachira, la situación no es nada fácil, pero la presencia de Dios siempre será un buen aliciente.

Se nota el esfuerzo y la organización de los religiosos pero a la vez que la necesidad es mucho más grande que los recursos que tienen. Sin embargo su esfuerzo es inmenso y están respondiendo con todo a esa gran necesidad. Recorrí el lugar, conversé con esas personas necesitadas, escuché sus situaciones y, sobre todo, les volví a decir, lo que más creo, que Dios los ama y actúa en su favor, aunque todo parece indicar lo contrario.

De allí me fui para el municipio de Parada. Allí la desesperación y el dolor de la gente es mayor. El templo católico y la casa cural del pueblo sirve como lugar de reunión para todos los deportados que llegan desde el vecino país. De nuevo la necesidad es demasiada. Mucha gente censándose y esperando una ayuda. Las personas se me acercan y me exponen su situación con mucho dolor y tristeza. Las historias son desgarradoras.

Uno, de ellos, me miraba con tanta tristeza y me decía: -Padrecito, lo perdí todo, todos mis años de trabajo quedaron destrozados cuando demolieron mi casa. Otra, me pedía que le bendijera a sus "mellas", mientras me decía que no sabía el futuro que ellas tendrían. No faltó, quien me contara que sus hijos están allá y que no los ha podido traer. Historias que parecían sacadas del peor libro de terror.

Sólo atinaba a responder a sus abrazos y a sus besos y bendecirlos en el nombre de Dios.

Luego, fuimos hasta el rio Táchira. Allí la situación es todavía más desesperante. Encuentras a lado y lado de la calle a las personas con los pocos enseres que han podido traer, en pequeños cambuches donde pasan los días mientras encuentran cómo re-iniciar su vida. Encontré colombianos de todas nuestras regiones. No faltaba el que me gritaba que era barranquillero neto, como yo, decían sin saber que soy Samario.

Otros me recordaban mi equipo de fútbol en la b, y con esos temas intrascendentes trataban de gambetear el dolor producido por la situación que viven. Camine entre ellos, recibiendo sus expresiones de afecto hasta el propio rio, el coronel de la Policía encargado de la situación me acompañó hasta el lugar mismo en el que los colombianos deportados atraviesan las poco profundas aguas del rio cargando sus muebles y pequeñas pertenencias.

En un momento se me acercó una señora y me dijo Padre soy cristiana evangélica pero me gustaría que usted "levantará" una oración aquí mismo por toda nuestra gente, es el momento en el que la fe no nos puede dividir sino unir al máximo. Y así lo hicimos: ese mismo lugar, lleno de personas con lágrimas, de enseres maltratados, de familias sin nada que comer, de cambuches, de niños muy pequeños que no entendía todo lo que estaba pasando, se volvió por un momento un templo de oración, en el cual cada uno de nosotros daba gracias a Dios por la vida y pedía una bendición de paz y prosperidad para cada uno de los que allí estábamos.

Fue un momento sublime, uno de esos instantes en el que uno siente que el Señor de la vida está allí, llenando nuestro ser de su presencia. Fue una oración de todos, no había diferencias en la fe, ni peticiones egoístas, todos pedíamos por la paz y para que nos supiéramos tratar como hermanos. Les di la bendición a cada uno y seguí mi recorrido que buscaba llenar de ánimo y fuerza a esos hermanos.

Me impresionó ver a unos hermanos que cuidaban a los animalitos heridos y/o maltratados en la deportación que necesitaban ser curados o alimentados. Me encantó saber que hay hermanos siempre pensando en la necesidad de todos los seres creados por Dios. Nadie debe sufrir por la decisión equivocada de alguna persona, todos debiéramos estar viviendo en la comunión que Dios ha planeado para nosotros.

Una vez vivida está experiencia exactamente en la frontera, fuimos al puente internacional. Allí la situación fue más dura, me encontré con protestas, con personas que gritaban lo peor que le ha pasado, con los atizadores que improvisan un discurso que busca apagar el fuego con gasolina pero nuevas manifestaciones del mismo dolor y de la misma tristeza. Me pedía que celebrará allí una misa para todos y que manifestáramos la fe en el Dios uno y trino. Les dije que la próxima semana quisiera hacerlo.

Al final llegué al albergue de niños. No hay palabras para describir la situación de ellos. Fue un momento intenso espiritualmente porque todos me pedía que bendijera a sus hijos. Allí me pidieron que le dirigiera una palabra y orara por ellos. Les hable del pueblo de Dios saliendo de Egipto, del paso del Jordán y les invite a leer la vida en clave de éxodo. Ellos agradecieron la oración y de nuevo me manifestaron su cariño.

Las emociones me ganaban a cada instante. El cariño de la gente, sus historias de dolor, sus expresiones de tristeza, sus necesidades evidentes, sus luchas y sus ganas de sobreponerse a tantos golpes de la vida, me hacían emocionar, llorar, reír y tratar de hacerles sentir la fuerza de Dios en sus vidas. Me impresionó mucho que ellos no esperaban que yo les llevaran nada material, sino que les llevará la Palabra de Dios. Mi presencia no generaba las mismas expectativas de los políticos que los visitan, ellos esperaban que los bendijera y les hicieran creer de nuevo.

Al final, un señor, se acerca y me dice: -Su venida es la prueba de que Dios no nos ha olvidado y que saldremos adelante… y que puedo hacer sino sentirme nada ante el amor de Dios y querer que me use para ser instrumento de bendición para todos… sí, es la presencia que llena y plenifica.

Por Padre Alberto José Linero Gómez





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