El navegante samario

El capitán Franco Ospina de Armas.

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Lanzó el dardo ultrasónico que permitió hacer el primer electrocardiograma a una ballena en mar abierto, en una aventura casi suicida siguió la ruta de Colón a bordo de una pequeña embarcación, le dio la vuelta al mundo en un velero y ahora se dedica a recoger la basura en playas de Santa Marta.

Por: Daniela A. García G.

Redacción EL INFORMADOR

Fotos: Daniela A. García G. / Cortesía

Aventurero, apasionado, arriesgado, soñador, insistente, incluso imprudente, así es Franco Ospina de Armas; sin embargo, la mejor forma de definir a este capitán es como amante del mar.

Franco nació al sur de Santa Marta, en Don Jaca, junto a la playa; y creció entre embarcaciones, velas y motores, nadando, pescando y buceando con su padre, pero sobre todo apreciando las maravillas obradas por Dios en la llamada ‘Perla de América’.

Hoy, a sus 61 años, el ‘capitán Franco’ sigue atado al mar, ya sea navegando recogiendo basura o dando clases de buceo a través de la escuela que lleva su nombre, ubicada en el centro de la ciudad.

Se trata de un hombre enorme, de unos dos metros y más de cien kilos, con el cabello alborotado y la piel tostada por el sol, relajado y mal hablado, que disfruta contar sus anécdotas, como la expedición que hizo para conocer el corazón de las ballenas, la travesía con la que cruzó el Atlántico siguiendo el recorrido de Cristóbal Colón y los detalles de la aventura de su vuelta al mundo en velero.

Franco Ospina junto a ‘Tortuga I’, su actual velero.


‘Hijo de gato’…

Franco es el tercero de los seis hijos de Francisco Ospina Navia y Mercedes de Armas Riascos.

Ospina Navia, mejor conocido como ‘El Capi Ospina’, fue un experimentado navegante, amante de la naturaleza y aventurero empedernido. Oriundo de Cundinamarca, llegó a Santa Marta en los años cincuenta, cuando fue designado capitán de puerto. Desde entonces se enamoró de las bellezas de la capital del Magdalena y se convirtió en el principal defensor del mar, del parque Tayrona y de la Sierra Nevada.

‘El Capi’, junto a José ‘Pepe’ Alzamora, fue uno de los fundadores de la Fiesta del Mar, la celebración oficial de Santa Marta. Así mismo, fue el creador del Acuario Rodadero, el primero en Suramérica.

De Armas, por su parte, fue una de las primeras en representar al Magdalena en el Reinado Nacional de la Belleza. Tal era su hermosura, que se robaba los suspiros de más de uno en su época, entre ellos los del entonces incipiente periodista Gabriel García Márquez.

“Mercedes de Armas, esa criatura frutal que habita la luz de Santa Marta, es la belleza más reposada y serena que haya podido transitar por el mundo”, escribió ‘Gabo’ en una columna titulada ‘Visita a Santa Marta’, en 1950, 32 años antes de publicar ‘Cien años de soledad’ y ganar el Nobel de Literatura.

“‘Gabo’ vivía trasnochado por mi mamá, pero se la ganó ‘El Capi Ospina’”, cuenta Franco entre risas, sentado en una antigua silla de madera con aspecto de trono, ubicada en medio de su centro de buceo.

Capitán Francisco Ospina Navia, padre de Franco Ospica


Espíritu aventurero

Su amor por el mar, su espíritu aventurero y la influencia de su padre, lo motivaron a emprender expediciones que lo llevaron a recorrer no sólo el país, sino el mundo.

En 1984, junto a su padre y Jorge Reynolds –el colombiano que inventó el primer marcapasos artificial externo- organizó una expedición a Gorgona, una de las dos islas que posee Colombia en el Pacífico, en busca de las ballenas jorobadas. ¿La misión? Hacer el primer electrocardiograma de estos cetáceos en mar abierto.

Él era el encargado de accionar la ballesta con el dardo que poseía el sistema de monitoreo del corazón. Aunque falló al primer intento, al segundo se reivindicó y logró su cometido. “La epidermis de las ballenas es de unos 40 centímetros, así que ese dardo no le causó daño”, aclara Franco antes de continuar su relato.

Cinco años más tarde, en 1991, también junto a su padre, se embarcó en la expedición El Dorado, con la que navegó los ríos Magdalena, Meta y Orinoco. En la travesía cruzó las selvas de Colombia y Venezuela, para luego salir al mar, pasando por Puerto España, en Trinidad, y regresando por el Caribe hacia Santa Marta.

En 1992 inició lo que pudo ser la última travesía de su vida. Decidió recrear la ruta de Cristóbal Colón en el marco de la celebración de los 500 años del encuentro de dos mundos. Para ello dispuso de un pequeño velero de siete metros de eslora acompañado únicamente por un marinero de Providencia.

“Ya di la vuelta al mundo, ahora quiero hacer cosas por el medio ambiente”, capitán Franco Ospina de Armas.

Ospina partió desde Sevilla, España, pasando el 3 de agosto por Puerto Palos, el mismo día y puerto del que zarpó Colón con destino al ‘Nuevo Mundo’, para llegar el 7 de octubre a Santa Marta y el 12 a Cartagena.

Franco Ospina de Armas (FOA): Eso fue una estupidez, confiesa hoy Franco sin desparpajo.

EL INFORMADOR (EI): ¿Por qué?

FOA: Era un barco muy pequeñito y tuvimos muchos problemas.

EI: ¿Cómo cuáles?

FOA: En el mar de Marruecos se encuentran las corrientes Canarias y Ecuatorial, ahí perdimos prácticamente todo. Llegamos a Esauira, una ciudad marroquí, como náufragos y ahí estuvimos tres días presos, comiendo sólo naranjas en esa cárcel. Nos ‘encanaron’ porque no teníamos visas, aunque habíamos llegado como náufragos. La Cancillería tuvo que intervenir.

Continuó su recorrido y llegó sano y salvo a su tierra natal, específicamente al acuario de su padre, donde fue recibido por miles de sus coterráneos y decenas de periodistas de medios locales, nacionales e internacionales.

FOA: No pude evitar que se me salieran las lágrimas.

EI: ¿Por qué pensó que no lo iba a lograr?

FOA: No. Porque había 25 mil personas esperándonos, porque el samario que no se mete al mar para nada, estaba ahí. Fue muy emocionante porque aquí nunca pasa nada. Se puede morir el Manzanares y no pasada nada, pueden salir 400 llantas al mar, como hace algunos días, y no pasa nada, comenta con una mezcla de decepción y tristeza.

Tras un largo receso, en 2006, el capitán se embarcó en la expedición Natibo, esta vez con su hijo mayor, Andrés Ospina, y no con su padre, quien estaba ya entrado en años. “Le pusimos Natibo con B y no con V, porque Carlos Vives tenía registrado el uso de la palabra Nativo”, aclara.

En esta nueva aventura, los Ospina salieron de Colombia hasta Argentina, por los Andes de Suramérica, como lo soñaron el geógrafo y naturalista alemán Alejandro Humboldt y el Libertador Simón Bolívar, regresando desde la Antártida hasta Gorgona.

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Ese también estuvo a punto de ser su último viaje. Y es que cuando navegaba por Gran Pantanal, el humedal más grande del mundo, ubicado entre Brasil, Bolivia y Paraguay, cayó gravemente enfermo, lo que obligó a su hijo Andrés a ocupar el puesto de capitán. “Me picó un mosquito y me infectó el corazón, me dio miopericarditis viral aguda. Esa ‘vaina’ no le da a nadie y al que le da se muere”, recuerda Ospina

Andrés fue el encargado de continuar la travesía, siguiendo por Paraguay hasta Argentina y de ahí a la Antártida chilena, en donde vendió el pequeño bote, mientras Franco se recuperaba de una operación en Colombia.

Una vez recobrada su salud, Franco terminó un nuevo bote más grande, que se utilizaría para culminar el recorrido, lo envió a la Antártida y se unió nuevamente a la travesía. “De allá nos vinimos por el Pacífico siguiendo las ballenas jorobadas hasta Gorgona”, precisa.

“Si hubo algo que aprendí durante esa travesía –continúa– es que los pueblos de Bolivia, Paraguay, Uruguay y Argentina, tienen los mismos problemas que los nuestros, los mismos problemas de salud, educación, etcétera. En ese sentido no hay fronteras”.

Franco Ospina a bordo del ‘Caminante del viento II’ durante su vuelta al mundo.


La vuelta al mundo

Tras recorrer Suramérica entre ríos y mares, el capitán se planteó una meta mucho más ambiciosa: darle la vuelta al mundo a bordo de un velero llevando un mensaje sobre la importancia de la conservación de la naturaleza.

Para ello debía conseguir quien aportara los 60 mil dólares que costaba la expedición, en un momento en el que a las personas e instituciones les importaba el tema ambiental mucho menos que ahora.

FOA: Duré tres años tocando puertas y ‘jodiendo’, yendo cada 15 días a Bogotá.

EI: ¿Nadie se interesaba por la propuesta?

FOA: A todas las empresas les parecía una ‘verraquera’, pero realmente a nadie le interesaba el tema del medio ambiente.

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FOA: Recuerdo –prosigue Franco– que Carlos Mattos, entonces presidente de Hyundai Colombia, –actualmente requerido por las autoridades del país– me decía: ‘Yo te patrocino si pasas por Mónaco y hacemos una gran fiesta’. Yo metido en una película ambiental y él pensando en inventarse una rumba para él y sus ‘amigotes’.

FOA: También recuerdo –continúa el capitán– que empresas nacionales y trasnacionales me decían que me daban 50 millones o 100 millones, pero que no querían saber nada del proyecto. Yo no quería plata, sino divulgar.

EI: ¿Por qué cree que fue tan difícil?

FOA: Eso es lo que pasa con los proyectos que no mueven la registradora… Si uno dice que va a hacer una expedición promocionando un producto, todo el mundo salta; pero si uno dice que hará una expedición para medir la acidificación de los océanos o porqué se están acabando las ballenas, a nadie le importa.

FOA: Al menos la ecología ahora está de moda –añade–, pero antes no. Yo desde hace 50 años escuché a mi padre hablando del calentamiento global o de la contaminación de las ciénagas, pero para la gente mi papá era el ‘cachaco loco’.

Tortuga I, el actual velero del capitán Ospina.


Franco, hecho de ímpetu y determinación, consiguió los recursos y en 2009 comenzó la aventura más osada de su vida a bordo de un velero de 11 metros llamado ‘Caminante del viento II’, partiendo desde Santa Marta.

El recorrido incluyó a San Andrés, en donde se bajó el primero de la tripulación; y siguió por Panamá, donde desembarcó la segunda.

“Aquí se puede morir el río Manzanares y no pasa nada”, capitán Franco Ospina de Armas.

La travesía continuó hacia Galápagos, unas islas en el Pacífico territorio de Ecuador, en donde se quedó el tercero del equipo. La ruta siguió hasta las polinesias inglesa y francesa, en donde se bajó el último de los hombres. En ese punto del trayecto solo quedaban dos personas en el velero: el capitán y Juliana Franco, una joven de tan sólo 19 años.

FOA: Esa niña estuvo dos años detrás de mí para que la llevara y yo no le ‘paraba bolas’ porque no sabía hacer nada. Un día antes se apareció y me dijo: ‘Sé hacer arroz y lentejas, hice un curso de navegación y también sé hacer fotos’. Esa ‘verraca’ de ‘July’ fue la única que quedó de toda la tripulación. Ella se subió de 19 años y se bajó de 23.

Franco y ‘July’ siguieron su recorrido hacia Nueva Zelanda, en donde los sorprendió un tifón de unos 50 o 60 nudos –unos 100 kilómetros por hora– y perdieron todo.

FOA: Quedamos sin velas, sin comida, sin nada. Fueron tres días en los que vimos la muerte de cerca. Luego de la tormenta el mar quedó en calma, fuimos a dar a Nueva Zelanda sin brisa y ahí duramos seis meses arreglando el velero.

Una vez reparado el ‘Caminante del viento II’, la travesía continuó hacia Nueva Caledonia y Nueva Guinea, pasado por el norte de Australia, donde tuvieron la oportunidad de bucear en la gran barrera de corales.

Navegó por el mar de Arafura, y luego por el de Timor, al borde del océano Indico, en donde el capitán recibió una llamada a través de su teléfono satelital con una terrible noticia: su padre estaba delicado de salud.

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Franco navegó durante dos días hasta Bali, en Indonesia, en busca de un aeropuerto. Fue allí donde recibió la peor de las noticias: ‘El Capi Ospina’ había sucumbido ante el cáncer y fallecido esa mañana, el 4 de octubre de 2010.

Mientras ‘July’ se quedaba a cargo del barco, Franco tomó seis aviones y voló durante dos días para poder despedirse de su padre en Santa Marta. “Eso cambió la historia de todo, mucha de mi motivación estaba relacionada con él, la travesía no fue la misma”, lamenta.

Tres meses más tarde, Franco pudo retomar el recorrido desde Bali, pasando por Ciudad del Cabo, en África; Santa Elena, una isla británica el Atlántico; y Ascensión, otra isla entre los continentes africano y americano; continuando por la costa de Brasil y un puerto en Trinidad, para finalmente llegar a Santa Marta, donde una vez más fue recibido en el acuario.

'July' la única tripulante que soportó la vuelta al mundo.


Amor por Santa Marta

A sus 61 años, el capitán sigue navegando, pero ya no piensa en travesías alrededor del mundo.

Hoy son otras sus motivaciones: “Poner a bucear a todos los samarios” impartiéndoles cursos desde su escuela y crear mayor conciencia ambiental entre los ciudadanos. “Ya di la vuelta al mundo, ahora quiero hacer cosas por el medio ambiente”, afirma.

Por donde sea que navegue, el capitán llega a las playas a recoger basura con la ayuda de las comunidades, incluyendo a los niños. “Los convenzo para que me ayuden, hago concursos, los motivo. Y al final me toca pagarles a las empresas para que se lleven los desechos y los reciclen”.

Él tiene claro lo que quiere hacer por el resto de sus días:

- Quiero hacer cosas por Santa Marta y el mar.

Basura recogida por el capitán durante sus jornadas de limpieza.