“De mi vida y otras vidas”: José Rafael Dávila

José Rafael Dávila conserva fotos de sus vivencias en bastos álbumes que atesora.

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A sus 94 años, uno de los máximos referentes de la historia samaria, disfruta contar sus anécdotas, como la del día que vio a Adolfo Hitler, el susto que pasó a bordo del trasatlántico Queen Mary, cómo sobrevivió a la tragedia de Santa Ana y la foto que le hizo a su amigo Gabriel García Márquez en Taganga.

Por: Daniela A. García Gómez
Redacción EL INFORMADOR
Fotos: Edgar Fuentes

Amante de la vida. Quizás no haya una mejor frase para describir a José Rafael Dávila Angulo, uno de los referentes de la historia de Santa Marta.

A sus 94 años, el abuelo disfruta rememorar y compartir los recuerdos de su existencia, esos que tiene documentados en nutridos álbumes que atesora. Y con razón… en ellos guarda las fotografías del evento en el que vio a Adolfo Hitler, el menú del comedor del barco Queen Mary, recortes de noticias del día que presenció la tragedia de Santa Ana y la gráfica que él mismo le hizo a Gabriel García Márquez cuando éste le pidió que lo llevara a conocer Taganga.

Sí, conversar con José Rafael Dávila Angulo es como hacer un paseo por la historia. Y es que él ha sido protagonista y testigo de sucesos importantes y extraordinarios.

“Yo quisiera que usted titulara esta entrevista así: ‘De mi vida y otras vidas’, porque de eso es que yo voy a hablar”, dice, sentado en uno de los sofás del apartamento de ‘Merce’, su hija mayor, quien tantas veces ha escuchado sus historias.


Sus orígenes

Nació el 19 de abril de 1924, del matrimonio conformado por Rafael Dávila Paredes, de San Juan del Cesar, y Rosa Virginia Angulo Vengochea, de Santa Marta.

Dávila Angulo fue criado por sus tías maternas, “las Noguera Angulo”, quienes habían heredado fincas de banano, las cuales tenían rentadas a la United Fruit Company. Con ellas vivía en la Calle del Pozo (18) entre el Callejón del Cuartel (carrera cuarta) y la Campo Serrano (carrera quinta).

Convivir con “las tías” le permitió gozar  de los privilegios de la ‘bananocracia’. De hecho, su infancia se desarrolló en medio de la ‘bruselitis’, una época en la que las familias pudientes del entonces Magdalena Grande se daban la gran vida en Europa, principalmente en Bruselas, gracias a los cheques que obtenían por la renta de sus tierras a la compañía bananera.

‘Bruselitis’ es una expresión derivada de la brucelosis, una enfermedad infecciosa bovina, que hacía referencia a la costumbre de la élite local de vivir en Bruselas, Bélgica.

Dávila Angulo es uno de los máximos referentes de la historia samaria.


Su vida

Rafael Dávila Angulo se casó en Santa Marta, en la iglesia de Nuestra Señora de Fátima, con Doris Fernández Campo, ya fallecida. De esa unión nacieron Mercedes, Jesús, Humberto y José Dávila Fernández.

Confiesa que en su juventud era aficionado a la literatura francesa, aunque también le atraían las letras de José Asunción Silva, Pablo Neruda y Eduardo Carranza.  “Lo único que yo hice fue leer, porque no tengo ningún título”.

De esos días también recuerda con nostalgia las tardes contemplando las puestas del sol en el Camellón, la pista de patinaje del desaparecido Club Balneario de Santa Marta y los demolidos barrios Ancón y Taganguilla.

Cuenta que trabajó un tiempo en la rama judicial como auxiliar de un magistrado, mas tarde como representante de ventas de productos de la marca General Electric y finalmente en los negocios familiares.

Si hay algo que recalca insistentemente es su amor hacia el Museo de Arte Contemporáneo Quinta de San Pedro Alejandrino, ese del fue miembro fundador. “Desde niño yo he sido muy ‘bolivariano’”.

El joven José Rafael a la edad de 12 años.

El viaje a Europa

En 1936, el entonces adolescente José Rafael, se embarcó con parte de su familia en una nave de la ‘Flota Blanca’ de la United Fruit Company, que llegó a Amsterdam, Holanda. Así inició un viaje que duró ocho meses y que incluyó destinos como Bélgica, Alemania, Italia, Francia, España y Austria.

“Bruselas, donde vivían mis parientes Nicolás Dávila y Teresa Noguera de Dávila, fue la sede principal de ese viaje, en el que recorrimos muchos países”, recuerda el hoy abuelo.

En medio de esas vacaciones, el joven José Rafael llegó a Berlín, Alemania, en agosto de 1936, justo cuando se celebraban los XI Juegos Olímpicos, conocidos como ‘las olimpiadas Nazi’, por celebrarse durante el régimen del dictador Adolfo Hitler.

El samario estuvo en la inauguración de esas justas deportivas, en las que el orador fue el ‘Führer’. “Tuve la oportunidad de ver de cerca y escuchar a Hitler. A pesar de mi corta edad me impresionó mucho, yo no entendía nada porque él hablaba en alemán, pero se me grabó la fuerza con las que pronunciaba las palabras”, cuenta.

Aún recuerda cómo ondeaban las banderas con las esvásticas y las de los países participantes en los juegos, entre ellas la de Colombia, que por primera vez asistía a unas olimpiadas y era representada por tan solo cinco atletas, encabezados por el velocista cartagenero José Domingo ‘El Perro’ Sánchez. Conserva las entradas al histórico evento, las fotografías que pudo hacerle a Hitler, las postales de su visita a Berlín, entre otros tantos ‘tesoros’.

Pero el ‘Führer’ no sería el único dictador que verían los ojos de José Rafael. Durante su visita a Roma, una multitud en la plaza Venecia llamó su atención, al acercarse, pudo observar el saludo que en ese momento ofrecía Benito Mussolini, presidente del Consejo de Ministros de Italia, a las tropas que regresaban de la conquista de Abisinia, donde habían asesinado a miles de etíopes, en el marco del proceso de conquista en territorio africano.

Adolfo Hitler durante la inauguración de las Olimpiadas de Berlín en 1936. (Foto: Archivo José Rafael Dávila)


De vuelta a Santa Marta

Dávila Angulo recuerda con detalles el viaje de regreso, a bordo del recién inaugurado Queen Mary, el lujoso trasatlántico famoso por la rapidez para cruzar el océano en esa época, en el que vivió uno de los mayores sustos de su vida.

“En pleno Atlántico hubo un temporal violento. Estábamos desayunando en el comedor del barco cuando todo empezó a caerse, para entonces ya había pasado lo del Titanic. Nosotros habíamos zarpado desde Southampton, en Inglaterra, hacia Nueva York, en Estados Unidos. Cuando llegamos al puerto de Nueva York había periodistas esperándonos por el tema de la tormenta”, relata.

Hoy el Queen Mary, convertido en museo, reposa en las costas de California, Estados Unidos, y es célebre por haber sido utilizado para la movilización de artillería y soldados durante la Segunda Guerra Mundial. Fue tal la importancia del barco durante esos tiempos bélicos, que Hitler llegó a ofrecer recompensa por su hundimiento y Winston Churchill, entonces primer ministro del Reino Unido, afirmó que la nave contribuyó a acortar la guerra al menos un año.

Una vez en Nueva York, el joven José Rafael, junto a su familia, abordó un barco de la flota de la United Fruit Company, cuya ruta incluía Ciudad de Panamá, Cartagena, Barranquilla y Santa Marta.

Sus viajes no son lo único que recuerda de la ‘Dolce vita’ de la bonanza bananera. “Me acuerdo mucho del comisariato, en donde se compraban artículos que llegaban únicamente para empleados, directivos y socios de la United Fruit Company, aquí se conseguían productos que ni en la capital; se comía mejor que en Bogotá”.

Entre las exquisiteces importadas menciona diferentes tipos de quesos y jamones, así como las entonces apetecidas camisas Harrow.

Gabriel García Márquez junto a Alberto Mario Santo Domingo y una amiga el día que conocieron Taganga. (Foto: José Rafael Dávila).


Sobreviviente de una tragedia

En 1938, Dávila Angulo, de tan solo 14 años, estudiaba en la Quinta Mutis Nuestra Señora del Rosario, en Bogotá. Estando en la capital, un pariente, el entonces congresista Manuel Felipe Caamaño, lo invitó a los actos de celebración de los 400 años de fundación de la ciudad.

Al evento, que se llevó a cabo el 24 de junio de 1938, en el Campo de Marte de Santa Ana –hoy Cantón Norte-, en Usaquén, asistieron el entonces presidente de la República, Alfonso López Pumarejo, junto al mandatario electo, Eduardo Santos.

Fue en ese acto que el piloto de un avión Hawk perdió el control mientras hacía acrobacias aéreas, estrellando la aeronave contra una de las tribunas, un accidente que dejó 75 personas muertas y  100 heridas, y del que José Rafael salió ileso.

Durante su estancia en Bogotá, el joven recibió clases de literatura del maestro Eduardo Carranza, reconocido poeta colombiano, con quien entabló una amistad. “Él era un gran admirador del mar, y como yo era costeño, me pedía que le hablara de eso”.

También en la capital, Dávila Angulo conoció al entonces joven Julio Mario Santo Domingo.


Tiempos de crisis

Ese mismo año, 1938, Dávila Angulo tuvo que regresar a Santa Marta, y es que ya se sentían los aires de la Segunda Guerra Mundial y sus implicaciones en la economía global.

“Después de la bonanza vino de repente la crisis. Se empezaron a acabar las exportaciones de banano, hubo mucho desempleo en ese momento. A mí me tocó regresarme a estudiar en el Colegio Gimnasio de Santa Marta”, cuenta.

“En Santa Marta tuvimos la suerte que, a pesar de esa gran crisis, contamos con un gobernador como ‘Pepe’ Vives –José Benito Vives De Andréis-. Desde entonces yo lo admiré y me convertí en ‘pepevivista’. Cuando a él lo nombraron gobernador del Magdalena, no había comercio ni nada, y él activó la construcción  para generar empleos y sortear la situación. Sufrimos así un poco menos durante su administración y fue cuando surgieron el Teatro Santa Marta, el Hotel Tayrona, entre otros, eso fue en los años 1939 y 1942”, relata. 


Su amigo ‘Gabito’

Años después de “la gran crisis”, Dávila Angulo regresó a Bogotá, en donde vivió en la calle 15#10-96, en una residencia en la que habitaban “muchos costeños”; fue allí donde conoció a Gabriel García Márquez, quien se convertiría más tarde en el máximo referente de la literatura colombiana y el realismo mágico.

Pero el nexo entre los dos hombres era anterior a ese encuentro en Bogotá. Y es que las familias de ambos eran oriundas de La Guajira y mantuvieron su cercanía durante sus estancias en Santa Marta. “Una vez la madre de ‘Gabito’ -Luisa Santiaga Márquez- me dijo que ella era la que le entregaba a mi mamá los papelitos –cartas- que le enviaba mi papá”.

En 1966, una década antes que García Márquez publicara ‘Cien años de soledad’, él y Dávila Angulo se reencontraron en Aracataca, en el marco de la ‘Gran Parranda Vallenata’.

La logística del evento estuvo organizada por el entonces compositor Rafael Escalona y contó con la participación de máximos exponentes del folclor vallenato como ‘Colacho’ Mendoza.

Entre los asistentes estaban ‘Gabito’; Álvaro Cepeda Samudio, autor de ‘La casa grande’; y Alberto Mario Santo Domingo, que organizó el patrocinio de la cerveza Águila al evento. 

“Esa parranda debió llamarse ‘Primer Festival Vallenato’, porque de aquí de Aracataca se lo llevaron a Valledupar”, asegura Dávila Angulo.

Recuerda que estando en la fiesta, García Márquez le confesó que quería conocer Taganga, motivo suficiente para que al día siguiente Dávila Angulo se encargara de llevarlo al corregimiento pesquero de Santa Marta, momento que quedó plasmado en una foto que el hoy abuelo conserva en uno de sus bastos álbumes.


La Sociedad de Amigos del Arte

José Rafael Dávila también formó parte de la Sociedad de Amigos del Arte, una organización que se empeñó en promover los espectáculos culturales en la ciudad.

Él, como vicepresidente, junto a Orlando Alarcón, presidente, y otros samarios de la época, gestionaron las presentaciones de compañías de teatro, de ballet y célebres músicos europeos en el Teatro Santa Marta.

Fue gracias a ese grupo que estuvieron en la capital del Magdalena la Orquesta de Praga, el Ballet de París, los pianistas Daniel Abrams y Harold Martina, y los violinistas Lewkowickz y Olav Roots.

La memoria de Dávila Angulo es digna de admiración. Pasa de una etapa de su vida a otra, de anécdota en anécdota, cuidando los detalles y la cronología.

Cuando siente que la entrevista va llegando a su fin, advierte: “Un momento, todavía no he contado cuando conocí a Leopoldo III de Bélgica”.

Y es que en su viaje a Europa, siendo un adolescente, tuvo la oportunidad de observar al cuarto rey de los belgas. “Lo vi de lejos, como se conoce a esos personajes, cuando estuve en Bruselas”. Pero la vida le daría la oportunidad de tenerlo más cerca. “Muchos años más tarde él vino aquí, en su yate, el cual fondeó en Gaira, estuvo en la hacienda Cincinnati y firmó el libro de visitantes de la Quinta de San Pedro Alejandrino”.

Dos horas de entrevista y dos páginas de EL INFORMADOR no bastan para contar las historias relatadas por ‘Rafa’, como cariñosamente le llaman, quien manifiesta siempre estar dispuesto a contar “su vida y la de los demás”.


Algunos reconocimientos

  • • Reconocimiento de la Alcaldía de Maracaibo (Venezuela) en 1993.
  • • Exaltación de la Gobernación del Magdalena en 2004.
  • • Medalla de honor al mérito distrital de la Alcaldía de Santa Marta en 2004.
  • • Cruz de Bastidas por parte del Concejo de Santa Marta en 2005.